jueves, 13 de noviembre de 2014

La Cárcel de los Titanes

Una terrorífica bienvenida.


Había perdido todas las fuerzas que tenía, lágrimas tranparentes caían por sus mejillas dejando su rastro y eliminando la mugre que tenía en la cara. Estaba sucia, su cabello ondulado y de color café estaba desgreñado además de que tenía moratones en distintas partes del cuerpo. Le habían maltratado, pero ella seguía diciendo lo mismo, que tenían a la persona equivocada, que ella no podía hacer nada de las atrocidades que se habían cometido durante tanto tiempo. Que había sido su gemela desaparecida, pero no le habían escuchado a pesar de que lo había repetido tantas veces hasta hartarse, hasta que esas palabras comenzaron a perder su significado, hasta que eran inentendibles. Ya no hablaba, al borde de la inconsciencia por la pena y el maltrato simplemente podía balbucear.

- Yo no lo hice. Yo no lo hice, lo juro, lo juro.
Los guardias se vieron entre ellos, compartiendo una mirada de entendimiento; la chica había perdido totalmente la cordura. No pudieron más que sonreír entre ellos, la arrastraron con más ahínco, parecía que a ella ya no le importaba que sus pies, tobillos y parte de sus piernas se lastimaran contra el suelo. Ya todo le daba igual, no había más esperanza para ella, no estando en ese escalofriante lugar del cual era imposible salir.

- Por favor -suplicó. A veces suplicaba, otras simplemente seguía repitiendo aquellas palabras como si fue un ruego al cielo, esperando que ese Dios del que todos hablaban realmente la escuchara y le creyera, porque nadie más lo hacía.

Terminaron de jalarla hasta la celda, la cual se abrió sin hacer el mínimo ruido, pero tenía cuarenta centímetros de grosor. Aquél lugar era un antiguo monasterio perdido en algún lugar de los países nórdicos, clasificado como no existente y en una zona la cual era extremadamente prohibida para los civiles. Había sido descubierto bajo extrañas condiciones, estaba inhabitado pero en perfecto estado. Ahora había sido de alguna forma "remodelado" y era usado para encerrar a las criaturas más peligrosas existentes en el planeta. Se les llamaba Titanes por su fuerza hercúlea, su rapidez insuperable y sus sentidos totalmente desarrollados, además de una característica que los hacía totalmente únicos entre ellos.

Eran peligrosos, una abominación, un error de la naturaleza. Su origen; desconocido. Pero su aparición comenzó a darse por Australia, posiblemente aislados del mundo en el Polo Sur, decidieron darse a conocer hace cientos de años. Desde aquél momento el mundo comenzó a sufrir un grave peligro, poblados enteros arrasados en un suspiro, masacres dignas de dictadores. Parecía que los demonios habían salido del infierno para reclamar la Tierra como suya. Grandes pestes golpearon con fuerza naciones importantes como Inglaterra, todo era un caos inminente.

Como en toda oscuridad siempre hay luz, un pequeño grupo recatado de esos desconocidos decidieron que aquella raza de humanos tan débiles con la que se estaba acabando debía ser protegida, así que se unieron a sus filas a luchar y así lograron apagar ese vibrante ardor de gloria en las gargantas de los Titanes que querían asumir el control.

Pero luego de un tipo y cuando la mayoría de los Titanes se hicieron adultos y murieron, cuando se mezclaron con los humanos normales y formaron familias, se dieron como extinguidos. Pero la tranquilidad en la que el mundo se sumió, una paz etérea, un remontar hacia los viejos tiempos cuando aquellas bestias ya no existían, acabó bruscamente. Había parecido infinito, interminable e ilimitado.

Otro grupo de la resistencia, de aquellos que aún querían hacerse con lo que era suyo, aquellos descendientes de los primeros Titanes, comenzaron a reclutar a los nuevos Titanes. Hijos de humano y bestia. Así que volvieron a reagruparse para golpear firmemente el mundo, como una vez hicieron en el pasado. Más dispersos que antes, con un número muy reducido. Y surgieron otro tipo de Titanes, aquellos renegados de todo, aquellos que hacían lo que querían sin un fin. Y su gemela, Taira, era uno de esos Titanes renegados. Monstruos altamente peligrosos con un carácter inestable incapaces de vivir en sociedad. Y le habían confundido con ella.

- Se los juro, por lo que más quieran, porque favor, no lo hagan. ¡No soy ELLA! ¡No soy esa COSA! -se revolvió, histérica, entre los brazos de los guardias que la tenían con tanta fuerza y clavaban sus dedos tan fuertemente en su piel que dejaron su marca en ella.

- Cállate, loca.

- ¡NO!

Al calabozo. La tiraron con impunidad, sin lastima. La chica los miró desvalida desde el suelo, el vestido andrajoso y desgarrado que llevaba puesto le quedaba grande, por lo cual sus hombros, brazos y un poco de sus pechos quedaban fácilmente a la vista. Seguía llorando, había derramado tantas lágrimas durante los días pasados que temía deshidratarse, porque tampoco había comido ni bebido nada. El llanto le había quitado toda su fuerza, toda su voluntad, el lugar le inculcaba tal desesperación que todo pensamiento de salvación había sido ferozmente borrado.

Los tipos se quedaron en el umbral de la puerta, observándola y recapacitando. Era un manjar tentador, aquellos que trabajan ahí podían disponer de los prisioneros a gusto, por ello no eran raras las violaciones y las torturas en aquél lugar. Era una práctica habitual, aquellos que aún se encontraban lo suficientemente cuerdos como para padecerlos eran las víctimas preferidas, pero cuando pasaban a un estado de inconsciencia continua donde la cordura abandonaba por completo a la gente ya perdían la gracia.

Los trabajadores terminaban por volverse las bestias, como si fuesen los castigadores, aquellos que juzgaban y ponían la sentencia a todas esas personas que, siendo pacíficas o no, terminaban en aquél monasterio hasta la fecha de su caducidad. Le eran arrebatados todos sus derechos, porque no eran personas, no para el mundo. Eran una cosa aborrecible, carente de todo lo que una persona podría tener, eran la escoria de la sociedad humana y su más grande peligro. La diferencia era que ese milagroso castillo de oscuros rincones y húmedas paredes hacía que los Titanes no pudieran defenderse ni atacar, dejándolos vulnerables. Haciendo que todo lo que los hacía especiales se esfumara y volvieran a ser patéticos, normales.

Aquellos eternos segundos, en que la chica sentía cómo las miradas de esos cerdos le recorrían todo el cuerpo, terminaron al fin, con un final bastante feliz. Cerraron la puerta a duras penas, esta poseía una pequeña abertura en el suelo con dos barrotes, la cual se suponía servía para pasarle la comida. Si es realmente los alimentaban.

- Ya vendremos a visitarte -comentó uno para luego alejarse soltando frías carcajadas.

La muchacha se abrazó a sí misma en el suelo, no podía ver nada. La oscuridad total reinaba en la celda, el suelo, las paredes, incluso la puerta, todo era de duras piedras. Se respiraba una humedad evidente que delataba la presencia del moho por todos lados. El frío parecía insoportable, tembló.

En aquél lugar no había nada, nada más que la puerta y ella. No había ventana, no había nada que pudiera ser un baño, solo piedras resbalosas por todas partes. Se preguntó qué haría, cómo pasaría el tiempo, si dejarían de buscar a su hermana, si algún día se darían cuenta que habían capturado a la chica equivocada. Sollozos lastimeros se desprendían de su garganta, sus ojos hinchados y cansados habían dejado de derramar agua y ahora lo único que quedaba por hacer era esperar un milagro.

El tiempo pasaba, no tenía noción del día o la noche, ni de las horas. Pero había algo que le hacía tener la vaga ilusión de que todo estaría bien, esa última esperanza aún estando en el infierno era capaz de abordar a la gente. Una esperanza muy débil, a la espera del suceso final en que la desesperación tomara el poder y abriera paso a la locura inminente. A una hora que ella sospechaba era cerca de las doce del medio día hacían deslizar bajo aquella abertura un plato con un pan viejo y sopa fría. Caldo, sin sal, un suave sabor a verdura. También lo hacían por la noche, pero en esas ocasiones solía ser otro pedazo del mismo pan y un vaso de agua. Eso era todo. Esa era su vida.

Comer y esperar. Ni siquiera tratar de contar el tiempo, simplemente imaginar cosas, soñar en su libertad. Soñar con que todo aquello terminara rápido y sin dolor. A veces se enfrascaba tanto en aquellos pensamientos que sentía incluso una brisa cálida de verano rozando su piel blanca y mugrienta, el sol bañándola con sus rayos, haciendo que el frío se fuera. El olor a un campo de lavanda. Era un paisaje muy hermoso con el cual fantasear.

Sus ojos se habían acostumbrado a esa luz casi nula, las penumbras se habían vuelto su más fiel amiga, pero no se puede decir lo mismo del silencio, porque no era continuo sino que largos y horribles alaridos de sufrimiento y terror se hacían presentes al azar. A veces más cerca, otros muy lejanos, pero siempre estaban ahí para sacarla de sus pensamientos dulces. Eso sólo era un pequeño método para hacer su estadía más amena y pasar el tiempo, pero muchas veces tenía que limitarse a dar vueltas por el lugar.

No habían pasado más de cinco días, la peste del calabozo siempre le había seguido, acosadora, inmunda. Se preguntaba de qué era, de dónde podría venir. Milagrosamente había encontrado un agujero en una esquina, había decidido que haría ahí sus desechos. Por lo menos sentía que aún la cordura no la abandonaba.

Mientras recorría el lugar con las manos apoyadas en la pared, dictaminó que era cuadrado, o rectangular en todo caso. Pero algo había, algo que no había notado. Algo que le había acompañado desde el momento en que la habían arrojado a su suerte. Su pié chocó contra un bulto, observó. Un bulto grande. Se agachó para ver más de cerca y el otro a putrefacción se filtró por sus fosas nasales revelándole que aquél cuerpo estaba en proceso de descomposición hacía unos días.

Lanzó un grito de horror, se tapó las manos con la boca con fuerza para que los guardias no decidieran que era su turno de ser torturada. Parecía que no se habían molestado en retirar el cadáver recientemente muerto del anterior inquilino de aquél infierno. Ginna no podía estar más escandalizada, su corazón palpitaba con fuerza, aceleradamente. Su respiración se hizo agitada por el susto, pero poco a poco comenzó a tomar conciencia de la situación. Decidió caminar lejos de ese objeto calamitoso que le causaba repulsión, asomó la boca por la abertura para captar un poco de aire fresco.

Estaba aturdida, el shock la obligaba a tener la mente en blanco, se abrazó a si misma mientras escondía el rostro entre las rodillas. Ella no quería terminar así. Quizás ese hubiese sido otra persona completamente inocente a la cual no escucharon y literalmente dejaron pudrirse en ese lugar. Se dijo que debía mantener la calma, que ese no era su destino, que la suerte le deparaba algo mejor en un futuro pero que ella simplemente debía esperar. Esperar. Esa era la palabra clave de todo.

Sus días siguieron siendo inaguantables con la conciencia de que un cadáver compartía su martirio y su dolor. Caía dormida a intervalos irregulares, pero siempre que despertaba tenía la comida ahí, esperándola. A veces temía que se la quitaran si dormía demasiado tiempo, por eso siempre procuraba fijarse si le habían dejado algo. Mientras el tiempo avanzaba implacable, su cuerpo se consumía cada vez más, su llanto era esporádico, no tenía sus emociones bien definidas y había pasado tanto tiempo sin escuchar su propia voz que comenzaba a olvidarla. No quería ni imaginar su aspecto actual, seguramente hubiese dado mucha pena. Sus uñas negras y sus pies sucios, igual que todo su ser, se sentía asquerosa, ya no era una persona, era una criatura viviendo condiciones infrahumanas.

Muchas veces sintió pena de sí misma y se dedicó un momento para peinar un poco su cabello enmarañado con los dedos. Cualquiera que la hubiese visto podría haber afirmado rotundamente que estaba loca. Una persona en cuerdas circunstancias hubiese dedicado su esfuerzo a hacer algo por su vida, a escapar o simplemente a que lo mataran, pero ella ya confundía la verdadera realidad con sus fantasías de ensueño. Cruzaba la línea de lo insano a cortos intervalos, aunque sin conciencia de ello, poco apoco se volvía loca, loca desquiciada por la soledad, por el desconcierto, por estar inhabilitada a su libertad, por el no saber si al día siguiente estaría viva o acabaría como su íntimo amigo que seguía pudriéndose en una esquina.

Estaba acostada sobre su espalda, su respiración era regular, sus latidos peligrosamente lentos. El plato reposaba tranquilamente en el suelo junto a ella. Todo estaba en orden, como siempre, el silencio sepulcral se había instalado durante un rato para dejar que su conciencia descansara un rato. Estaba sumida en un vacío tranquilo y casi acogedor, pero fue devuelta al calabozo violentamente de una bofetada.

Se escandalizó, se revolvió en su sitio, ahogó un grito por el susto. Pero finalmente terminó por sentarse abriendo mucho los ojos para saber qué cosa le había golpeado, solo rezaba a la Santísima Trinidad que no fuese aquél asqueroso cuerpo con el que había tenido que aprender a convivir - había sido arduo, pero comenzó a ser un objeto más del pintoresco paisaje que no podía casi ver. Pero algo muy diferente se había materializado frente a sus ojos, algo que la dejó petrificada en su lugar. ¿Un demonio?

Ese ser la miraba con ojos felinos, brillando amarillos en la eterna noche en la que vivía, era la primera luz que lograba ver en dos semanas. Hicieron que su corazón se acelerara ferozmente y que la adrenalina le recorriera las venas revitalizándola por momentos. La criatura que tenía frente a ella era extraña, su cuerpo era peludo y tenía un color canela. Tenía brazos, pero no piernas, aunque no le hacían falta. Ese bicho podía levitar, lo cual le sorprendió mucho a la muchacha, haciendo que el terror se notara en sus facciones demacradas. La boca que le sonreía tenía afilados dientes puntiagudos como agujas y su aliento apestaba tan mal como el solitario cuerpo de la esquina opuesta.

Sin duda, era un demonio salido del mismísimo averno que veía a torturarle y a horrorizarla. El ente profirió una risa grotesca al ver la cara de la chica, la examinó con la mirada un momento, esos ojos no le inspiraban nada bueno a Ginna. Se acercó a ella hasta que pudo sentir su respiración abrazadora e inmunda sobre su rostro, su respiración se dificultó.

- ¿Qué estás haciendo aquí, humana? -su voz era grave y tenía un matiz, un eco, como si fuesen dos voces distintas hablando al mismo tiempo. A la chica se le erizaron los bellos de la nuca. No podía hablar.

- Tú no eres un Titán, veo que sufriste el destino de muchos otros aquí. El mundo está tan aterrorizado que busca excusas para meter a la gente aquí y sentirse más seguros. La existencia humana es tan patética y baja… -rió de manera grotesca, todo su cuerpo se movía.- Por eso disfrutamos con ellos.

- ¿Qué eres?-su voz sonó desencajada, simplemente un susurro.

- ¿Qué soy? ¡Niña! Soy un demonio -sonrió abiertamente dejando relucir sus sucios dientes. Otra vez su aliento hizo que se mareara del asco.- Soy de esos que ves en la tele cuando la gente está poseída. Ésta es nuestra morada -hizo un movimiento evocativo con los brazos- y ésas son nuestras víctimas -señaló con un dedo al hombre muerto a un lado.

- ¿Me-me matarás?

- Podría -comentó pensativo- pero no ahora. -acarició su pelo un momento, era el primer contacto con algo ajeno que tenía en semanas. Le dio un escalofrío- ¿Lo sientes, verdad? Esa sensación… ese cosquilleo de la muerte y la locura ¡Delicioso! -su mano libre de pelaje se deslizó por su hombro, su brazo y sus piernas con impunidad.- Interesante.

- Por favor, déjame -dijo en un susurro lastimero con lágrimas en los ojos. Se sentía adversa a ese contacto de un ser tan extraño.- No me toques

- Tú eres la primera persona que logra verme. ¿Realmente no eres un Titán? Nunca tuviste las cualidades necesarias para aparentarlo. Tal vez se produjo un cambio aquí dentro, o una habilidad oculta se despertó -el demonio parecía desconcertado y admirado. Volvió a acariciar la piel de la muchacha que se retorcía por los espasmos de los vestigios del dolor y la demencia.

- ¡Déjame! -le espetó, en un fuerte grito, intentando aferrarse a la cordura que se le escurría entre los dedos.

La exclamación fue escuchada por un guardia que caminaba haciendo sus recorridos rutinarios y abrió la puerta para controlar la situación. A la chica se le paralizó el corazón mientras veía al tipo observarla con una sonrisa sin percatarse de la presencia del monstruo a su lado, justo sobre ella.

- Oh, bonita, me había olvidado de ti. -entró a la celda y la tomó por el cabello, obligándola a pararse. Algunas lágrimas de dolor se soltaron de sus ojos y cayeron directamente al suelo.- No estés triste, no volverá a pasar, déjame que te lo recompense -le pegó de lleno en todo el rostro para luego arrojarla al suelo con violencia- Mira qué descuidado soy, debo ser más gentil.

Su voz era burlona, su sonrisa malévola y sus ojos denotaban una lujuria asquerosa. ¿Habría sido por diversión? ¿Habría sido obra del demonio el cual la miraba con entretenimiento? Ella no podía dar fe de que ese ser realmente existiera y no fuese producto de su imaginación, pero lo que realmente no estaba soñando era ese terrible destino que le sucedía. Por primera vez comenzaba a sentir los horrores de la cárcel en carne propia, la rudeza  del guardia y su diversión le arrancaban alaridos de dolor y furia. Eso era solo el comienzo de las repetidas ocasiones en que tendría que soportar esa humillación.

Se dejó, aunque al principio intentó luchar con sus pocas energías entendió que seguía sin poder tener libre albedrio y tendría que acatar órdenes. Que allí los superiores hacían lo que se les viniera en gana y no había manera de objetarlo o evitarlo, más aún siendo tan pequeña. Intentó pensar en otras cosas que la llevaran lejos de sí misma, a ese campo de lavandas perfumadas que le hacían suspirar de añoranza. Las lágrimas y sollozos de frustración y vergüenza eran inevitables al ver al demonio que se jactaba de la situación. Su estadía en La Cárcel de los Titanes recién estaba comenzando.

365 días de odio: #2 Día

Odio con todo mi corazón los paneles ROJOS, COMUNISTAS de la universidad. LOS ODIO. Quémense en el infierno.

PD: Odio extra: Asquerosos comunistas....


TE AMO CAPITALISMO.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

365 días de odio: #1 Día

Hola, hace mucho tiempo que no escribo en el blog y me gustaría confesar que hace tiempo tenía ganas de volver a meterme en todo este rollo de fingir sentirme la creadora de algo, la filósofa... Y por eso, traigo un "proyecto" interesante. Se llama 365 días de odio, cada día pongo un odio diferente que me haya surgido (Si, es que... quienes leyeran regularmente el blog podrían saber que soy uan persona que guarda mucho odio ¡LOS ODIO A TODOS!

Así que bueno, empezamos con hoy:

Odio que mi mamá, cuando estamos juntas y conversando, se ponga a hablar por teléfono durante veinte minutos.  
¡LO ODIO!