domingo, 24 de abril de 2016

La Cárcel de los Titanes

La Sala de Tortura



Unas horas más tarde, cuando todo ese episodio había concluido, abrió los ojos. El demonio se encontraba a su lado, inmutable en sus pensamientos, nunca se había movido de su sitio. Solo esperaba que no se convirtiera en su torturador personal, haciéndole sentir aquellos vagos sentimientos de inestabilidad y dolor que se producía cada vez que tocaba su cuerpo.

Se hizo un ovillo en el duro suelo de la celda, ignorando las menciones del demonio que zumbaban en su cabeza. Suspiró lentamente, esperando que no se volviera una costumbre tenerlo a sus espaldas, viéndola con esos ojos felinos y brillantes. Todas esas voces que hablaban en un lenguaje incomprensible a través del demonio hacían que la sangre en su cabeza martilleara fuertemente provocándole dolor e irritación, además del escalofriante sentimiento de ultratumba. Era como si estuviese intentando revivir al muerto que a veces tanto pánico y desesperación le daba.

- Aouksha oppurus simphonella. -un gruñido animal hizo que la chica cerrara fuertemente los ojos y se abrazara con ansiedad y terror- Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah

Los muertos sí hablan.

La chica no comprendió las palabras hasta que luego de un rato casi interminable pudo captar el significado. Abrió los ojos con las pupilas dilatadas mucho más de lo usual, su ritmo cardíaco comenzó a acelerarse de manera irregular y su respiración se volvió anormal. Miró sobre su hombro al demonio que repetía sin cesar la frase. Un sollozo se le atragantó en la garganta, haciéndole un nudo en esta. Esa cosa estaba diciendo que los muertos sí podían hablar con una voz totalmente escalofriante. Derramó un par de lágrimas silenciosas mientras le observaba en su diabólico transe.

- El miedo humano es nuestro alimento, teme muchacha, teme y nunca más me iré de tu lado. -una carcajada espeluznante hizo eco en toda la celda. La chica no pudo más que cerrar los ojos deseando que el bicho desapareciera de su lado, y cuando un silencio sepulcral se instaló en el lugar, Ginna volvió a mirar. Ya no había nada.

Suspiró sintiendo un gran alivio que aflojaba sus extremidades totalmente entumecidas por la tensión que había sufrido durante tanto tiempo. Era simplemente inimaginable que algo así se le apareciera solamente a ella, temía que realmente se hubiese vuelto loca por completo en aquella oscuridad que reinaba implacable. Se sumió en un sueño profundo de un momento al otro que no supo determinar, volviendo a ese vacío que hacía que recuperara la cordura y descansara del manicomio en el que estaba viviendo.

Todo seguía siendo oscuridad para ella, frío, humedad y mugre. Sus sueños inconscientes tampoco le brindaban un escape a esa cruel realidad que deseaba evitar a toda costa, de hecho, le recordaban dónde se encontraba y qué cosas podría pasarle. Dio varias vueltas mientras fruncía el ceño y refunfuñaba por sus visiones amenazadoras del demonio, cánticos nauseabundos sonaban en sus oídos y le hacían enloquecer. Solo cerraba los ojos para seguir viendo a sus atormentadores una y otra vez en diferentes escenas que deseaba fervientemente olvidar. Estaba completamente sudada y temblaba violentamente por el contacto con las piedras heladas. La fina tela que poseía se pegaba a su cuerpo consumido por el hambre.

El ruido metálico del plato de chapa contra el suelo la sobresaltó. Se levantó rápidamente y buscó con la mirada de dónde provenía ese ruido, hasta que captó la visión de su alimento diario y se lanzó a por él con desesperación. Su estómago le reclamaba algo para saciarse al menos en una pequeña medida, pero lo mínimo para no morir. Su desnutrición estaba bastante avanzada, había perdido al menos cinco kilos, pero ella no podía notarlo. No sabía cómo se veía, ni cuán sucia podía estar. Ella solo podía intentar no enloquecer.

Ya no le importaba qué clase de alimento estaba ingiriendo, bebió con avidez la sopa, clamando su sed abrasadora. Ahora tenía un poco de alivio no solo en la garganta que le había estado pidiendo a gritos algún tipo de líquido, sino que también su estómago parecía sentirse algo más a gusto. Comió un poco de pan, dejando una pequeña mitad guardada en su mano para después. Había decidido que necesitaba racionar la comida, había sido un error tomarse todo el caldo de verdura de un tirón, pero no había podido evitarlo con aquella sensación que la había invadido al despertar estrepitosamente.

Se quedó mirando unos momentos de manera ausente el cuerpo en putrefacción que seguía ambientando el lugar con un olor repugnante, ya estaba en las últimas fases de la descomposición, lo quela chica no sabía era si había ratas por ahí y se lo estaban comiendo. Oraba a los dioses que así fuera, así no tendría que soportarlo por mucho tiempo más. A veces, por esas extrañas jugarretas de la visión, notaba que el cuerpo se se movía, un movimiento mínimo, pero existente que le sacaba de quicio a toda costa y le hacía morir de los nervios.

- No se está moviendo -dijo el demonio de un momento a otro, con esa peculiar y espantosa voz.

- ¡Aléjate! -espetó la muchacha- Deja de visitarme ¿No eres acaso una creación mía? ¡Te ordeno que te vayas!

- ¡Muchacha tonta! Yo no soy ninguna imaginación tuya. Yo soy real. Yo vivo aquí, yo vivo de tu miedo -repitió como antes. Volvió a dedicarle una sonrisa, su apestoso aliento hizo que contuviera la respiración para no vomitar lo que había comido hacía no menos de veinte minutos.

- ¿Tú estabas poseyendo al guardia?

- No, eso fue por su cuenta, algo bastante interesante de ver.

-Oh -miró el suelo, había deseado que sí lo hubiese controlado para realmente creer que el ser humano de por sí no podía ser tan cruel como lo aparentaba. Pero se había equivocado, la gente sí era así de despiadada y aprovechada cuando le convenía y tenía la posibilidad.

- No te desilusiones, muchas de las cosas que hacen los humanos son por cuenta propia, nosotros a veces solo creamos las oportunidades perfectas con tentaciones de todo tipo -se encogió de hombros- Es nuestro trabajo. De algo tenemos que vivir.

- Ojalá no existieras.

- Entonces los humanos ya no tendrían a quién evocar para culpar de sus malas acciones. Nos utilizamos mutuamente, es justo. -se acercó levitando a la muchacha que estaba en un rincón observando los ojos brillantes, cada vez que podía, por más horror que le infundiera, miraba desesperadamente esos orbes para poder admirar su luz. Una luz que era intermitente por el parpadeo del ser, la única luz que veía desde su llegada.

- No me has dicho tu nombre.

- Y no necesitas a saberlo, a menos que quieras invocarme.

- Tal vez… tal vez… te necesite para algo. Para… para ayudarme.

- ¿Ayudarte? -su risa burlona se elevó y resonó, muy fuerte y clara. Y muy escalofriante. Los bellos del brazo de la chica se erizaron con rapidez de una manera dolorosa.- Tienes unas extrañas ideas. ¿Por qué debería ayudarte? ¡No tienes ninguna posibilidad! -y volvió a reír con gusto.

- Solo quiero… saberlo.

- Xilión, hijo de Nisroch y Paxhet. Señores del dolor y la locura. Por eso puedes experimentar esas dos sensaciones cada vez que te toco.

La muchacha le miró impactada, esos nombres no le sonaban en absoluto pero cada uno de ellos se le quedó grabado a fuego en la memoria. El demonio observó su expresión unos momentos, a sabiendas de que debía digerir las cosas que le había dicho, por ello decidió que se iría. La visitaría en algún otro momento donde poder seguir divirtiéndose con ella. Hizo una pequeña reverencia y se despareció sin dejar rastro alguno tras de sí.

Mientras tanto Ginna se recostó en el suelo apretando fuertemente el trozo de pan que tenía en la mano y miró el techo cubierto por telarañas que ella no podía percibir. ¿Sería algo beneficioso convocarlo? ¿Realmente podía necesitarlo? ¿Era cierto que ya no tenía ninguna oportunidad de abandonar el monasterio y volver a vivir una vida libre y llena de dicha? Suspiró y cerró los ojos, sumiéndose en su fantasía personal, trasportándose al campo de lavanda para que el sol hiciera que su mundo fuera un poco menos triste y solitario. Ella seguía convencida que lo que veía era una mera ilusión creada por sí misma para poder hablar, pero esas sensaciones que percibía al entrar en contacto con sus garras eran muy reales como para ser solo una ficción realizada artificialmente por su atrofiado cerebro.

Volvió a dormirse, pero por unos escasos minutos que no contaron para nada. A penas había pasado un corto lapsus de tiempo cuando la puerta se abrió de golpe y dos guardias escrutaban el lugar con una mirada totalmente insana. Se adentraron y la tomaron por los brazos con ligereza, era tan liviana que parecía una muñeca de trapo.

- ¡Niña, cómo apestas!

- Mira, las ratas aún no se acaban a ese -soltó uno riendo entre dientes mientras señalaba el cuerpo de una esquina.

- Pensé que para ahora ya no quedarían más que huesos.

- Ay que ver, tal vez se haya muerto otro de por aquí y estén entretenidas.

Comenzaron a caminar mientras charlaban, a Ginna lamentablemente se le había caído el pan de la mano por el pasillo, perdiéndose para siempre el necesitado bocado. La arrastraron como una vez habían hecho, ella no tenía la suficiente fuerza ni decisión como para caminar por su cuenta a la velocidad que ellos iban. Miraba pasar las piedras irregulares del suelo con indiferencia, no sabía qué iba a pasar. No hasta que llegaron a una habitación con extraños artefactos que lo único que causaron en la morena era escalofríos y terror. Una angustia creciente en el pecho hizo que el tan conocido nudo en la garganta apareciera, su estómago se revolvió con ferocidad. Era una sala de tortura.

Una dama de hierro por ahí, un complicado mecanismo para estirar a la personas por allá, mesas con cuerdas, un péndulo. Todo parecía sacado de un cuento de terror, uno que se remontaban a épocas medievales. Le pareció imposible que tales cosas estuviesen ahí. Una luz apagada iluminaba todo. Las instalaciones estaban sucias de sangre que no se habían molestado limpiar, incluso aún había un cuerpo que goteaba sangre desde las alturas. Estaba colgado en dos ganchos que perforaban su tórax de una manera muy grotesca, sus ojos estaban en blanco. La muchacha no hizo más que cerrar los ojos con fuerza, no quería mirar más, no quería sentir, no quería nada de eso. La sentaron en una silla y ataron sus manos con correas, así como sus pies y su cuello.

Apretó los labios y tragó saliva con dificultad, mirando a todas direcciones, tratando de descifrar qué harían con ella. No prestaba atención a la cháchara distraída de los guardias que preparaban su tortura como si fuese mera rutina. Había capado un charco de sangre muy cerca de ella sin motivo aparente, pero en cuanto volvió a levantar la mirada se dio cuenta que era de una mujer muy vieja. Estaba dentro de una jaula con enormes espinas dentro de ella, aún vivía por su lenta y acompasada respiración, pero no parecía que le quedase mucho tiempo en ese doloroso mundo. La chica deseó con todas sus fuerzas que muriera para no seguir en ese estado, leves gemidos lastimeros se escucharon unos momentos.

- ¡Cállate, vieja inmunda!

- Déjala, está en sus últimas -comentó con tono burlón el guardia de cabello moreno mientras miraba a la señora.

- Es que ya no tienen fuerzas para nada más que para quejarse, son irritantes -protestó amarrando un artefacto a la mano derecha de la chica. Ella miró con frenética desesperación y comenzó a moverse desenfrenadamente.

- ¡Quieta, coño!

- ¡SUELTENMÉ, BÁRBAROS! ¡MALDITOS CERDOS!

- Si no te quedas quieta te irá peor de lo pensado, maldita inhumana.

- ¡Ustedes, ustedes son los monstruos que hacen este tipo de cosas para su diversión! ¡Yo no tengo que estar en esta prisión, ustedes deberían ocupar mi lugar! -los gritos desgarradores de la chica con un trasfondo de llanto hicieron mella en los guardas. Uno de ellos le dio una bofetada que le dejó una marca roja en la mejilla. Le ardió como nunca.

- Y nosotros que pensábamos dejarte ir con lo mínimo. Ahora parece ser que tu castigo aumentó considerablemente.

Al instante y con un movimiento de la cabeza, el guardia le indicó al otro que pusiera en funcionamiento la máquina. Era un aparatejo que iba en la mano, un dedo colocado dentro de un dispositivo con una palanca que al bajarla, quitaba la uña en su totalidad. Ginna abrió los ojos desmesuradamente y antes de que pudiera realmente hacer nada su uña ya no estaba donde pertenecía. Gritó, un alarido de dolor inundó la habitación. Las lágrimas corrían descontroladamente por sus mejillas, apretó los ojos, los dedos de la mano libre y los de los pies. Se quedó tiesa, aguantando el dolor punzante de su dedo sin uña, un escalofrío general se hacía presente en absolutamente todo su cuerpo. Inmediatamente prosiguieron a quitarle la uña contigua y así, hasta que obtuvieron tres uñas.

- ¡Qué quieren, por el amor de dios... y todo lo que es justo! ¡No sigan, díganme que quieren, haré lo que quieran, no sigan! -exclamó en un grito agudo de desesperación, esperando clemencia. Ya no lo soportaba más, estaba al borde del colapso. Su cuerpo entero temblaba y un charco de sangre se había juntado a sus pies, cada centímetro de su cuerpo, cada nervio gritaba a los cuatro vientos la agonía padecida. Su rostro mostraba súplica, buscando algo de humanidad en los ojos de alguno de los dos guardias.- Se los ruego, por favor. Les diré lo que quieran saber, haré lo que deseen pero no… no continúen.

Miró el suelo, así podría enfocar lo que tenía a sus pies. Era una especie de mano alargada, huesuda, completamente negra. Sus ojos no se adaptaban a la luminosidad penosa del lugar, así que tardó en darse cuenta que lo que contemplaba era otro ser extraño. Sus ojos volvieron a mostrar horror al notar que esa mano juntaba la sangre y la llevaba a una boca vertical. Una abertura totalmente anómala, que no poseía ninguna criatura existente que ella hubiese contemplado en un pasado. El bicho era de un tamaño enorme. Su cuerpo era huesudo, se notaba cada vértebra de la columna así como las protuberancias de la cadera. Tenía extremidades largas y flacuchas, aparentaba no tener ojos ni nariz. Y esa boca tampoco parecía presentar ninguna clase de dientes, únicamente una lengua enrollada que se extendía para tomar el fluido de su mano. Su piel era negra, lisa, de un aspecto resbaladizo y aterciopelado.

Gritó tanto como sus pulmones le permitieron, perdiendo los estribos y sacudiéndose en sus ataduras que comenzaban a dejarle marcas en la piel. Los guardas se asustaron al ver tal reacción de la nada, porque no habían hecho un solo movimiento, habían pasado tan solo segundos desde el descubrimiento de la criatura frente a ella. Cerró los ojos, gruñendo y negando con la cabeza con dificultad, la adrenalina se abría paso por sus venas como una toxina revitalizante. Tembló como una rata a acorralada.

¡Humana, no hagas tanto escándalo!

En su mente resonaron unas palabras provenientes de una voz ajena a ella, suave y llamativa. Muy distinta a la de Xilión, no causaba escalofríos, era mucho más atrayente. Miró en todas direcciones hasta que se encontró con la criatura con su rostro vuelto hacia ella, pudo notar que tenía dos orificios a los lados de la cabeza, seguramente hubiese escuchado todo el escándalo.

Yo no lastimo, yo simplemente me alimento de la sangre que me proporcionan.

- Qué... qué cosa eres por el amor de Jesucristo -masculló casi tartamudeando.

Soy a lo que suelen llamar un vampiro, una sanguijuela, un parásito.

Los guardias se miraron entre ellos, porque en aquella habitación no había nada con lo que la muchacha pudiera realmente comunicarse. Uno negó con la cabeza, dando la negativa.

- Se ha vuelto loca del todo demasiado rápido, pensé que aguantaría por lo menos tres meses.

- Realmente pensé que nos serviría de algo -se encogió de hombros el moreno, un poco frustrado.

- Ponla en ese -señaló una camilla de madera apartada y se fue sin mirar atrás.

Pobre muchacha, tú no eres un titán. Tampoco tienes un corazón oscuro. Cómo puede ser que te hayan metido en un lugar como este, eres una más de las víctimas de la desesperación del gobierno.
- Ayúdame, por favor -sollozó derramando las pocas lágrimas que aún conservaba. Su estado era totalmente patético.

El bicho negó con la cabeza, parecía triste. El guardia ignoró a la chica, pensando que ese pedido de auxilio era para él, la desmontó de la silla y la llevó arrastrándola del pelo hasta una mesa de madera donde la ató con facilidad y soltura. Parecía estar acostumbrado a hacer ese tipo de cosas, su rostro era inescrutable. Donde Ginna apoyaba la cabeza estaba completamente frío y mojado, al segundo se dio cuenta porqué. Una gota perfecta caía, chocaba contra su frente. La típica tortura psicológica de la gota de agua. Apretó los dientes y los rechinó, moviendo su cuerpo simplemente para darse cuenta que no podía desatarse de ninguna forma. El guardia luego de asegurar las correas le dio unas palmadas en la pierna más próxima.

- Te estaremos visitando en un par de días, bonita -y se marchó, dejándola sola con la criatura.

Lamentablemente no puedo hacer nada, no puedo tomar acción más que fuera de estas paredes, pero es un lugar ideal para alimentarse.
- Por dios, dios. Haz que esto termine, por favor -murmuró a la nada con desesperación y casi sin aliento. La gota se repetía, continua, pausada y muy irritante. No sabía qué le molestaba más, el ritmo de la gota o el sobresalto que le provocaba al estallar contra su frente mugrienta.

Si quieres puedo platicar contigo para que se haga más ameno.

- No, no se hará más ameno. No te acerques, no me hables. Eres una atrocidad, no deberías existir. Tienes que ser fruto de mi pensamiento desesperado y atrofiado -soltó con irritación.

De acuerdo, siento haberte molestado.

La voz de la criatura se había notado dolida. La chica pudo escuchar el crujido de sus huesos mientras se movía por la habitación, miró hacia las esquinas del techo y pudo verlo. Esa asquerosa bestia la escrutaba desde las alturas, sin ojos, totalmente ciega pero con un olfato y un oído desconocidos para Ginna.

Las horas pasaban, ella no podía conciliar el sueño y las pensamientos no se formaban con convicción en su mente. Esa estúpida gota la sacaba totalmente de quicio hasta que en un momento comenzó a contar los segundos que tomaba para caer sobre su frente. A veces eran siete, a veces ocho, pero ella quería llegar a una cifra concreta, no a aproximaciones. Se pasó con esa pequeña meta una tres horas, donde luego comenzó a mascullar y mover la cabeza hacia los lados. Le dolía el sitio donde la gota había caído incesantemente sin ningún tipo de obstáculo. Su respiración era violenta, se movió con furia, gritó, insultó. Las risas de Xilión se escuchaban por toda la sala de torturas, burlesca, satisfecha. ¡El mundo era una escoria! ¡Todos eran escoria! ¡Todos debían morir! Muchos pensamientos así se formaban esporádicamente por su cabeza, para luego ir transformándose.

Llegó un momento donde simplemente se dedicó a mirar el techo con gesto ausente, intentando no pensar en nada, ahora su mundo era la gota que regularmente caía sobre ella. El dolor de sus manos servía de distracción de vez en cuando, pero ya había perdido sentido de todo.