El amor es completamente indescifrable.
martes, 25 de octubre de 2016
jueves, 6 de octubre de 2016
Heridas y corazones
Cuando los corazones se abren y se conectan, se hablan y se transmiten cosas, es tan sencillo atravesar todas las barreras que te protegen. Es tan fácil herir y ser herido, es tan inevitable y da tanto miedo al mismo tiempo. Esa sensación de ser vulnerable y frágil.
Y también esa sensación de poder. De saber que podes aplastar a alguien y no lo hacés por pura consideración... Hay otras veces donde el dolor es inevitable, nuestras acciones son egoistas, lo sabemos y lo minimizamos. O no lo sabemos, cometiendo errores tal vez minúsculos, pero que tiene una repercusión en el corazón con el que estamos conectados.
Por ello creo que debemos ser considerados con los corazones que se abren hacia nosotros, medidos y usando el tacto podemos evitar herir. Pero nunca, nunca, cuentes con no ser herido.
Esas son las relaciones, y la vida.
jueves, 22 de septiembre de 2016
Cuando está conmigo
soy su mundo,
cuando se va
hace ojos ciegos y oidos sordos.
No quiero enamorarme.
No me gustan las condiciones del juego.
Cuánta paciencia tengo?
Cuánto estoy dispuesta a aceptar y a soportar, a callar y a mentir por alguien que no me promete nada tampoco?
Vale la pena?
Hasta qué punto?
domingo, 24 de abril de 2016
La Cárcel de los Titanes
La Sala de Tortura
Unas horas más tarde, cuando todo ese episodio había concluido, abrió los ojos. El demonio se encontraba a su lado, inmutable en sus pensamientos, nunca se había movido de su sitio. Solo esperaba que no se convirtiera en su torturador personal, haciéndole sentir aquellos vagos sentimientos de inestabilidad y dolor que se producía cada vez que tocaba su cuerpo.
Se hizo un ovillo en el duro suelo de la celda, ignorando las menciones del demonio que zumbaban en su cabeza. Suspiró lentamente, esperando que no se volviera una costumbre tenerlo a sus espaldas, viéndola con esos ojos felinos y brillantes. Todas esas voces que hablaban en un lenguaje incomprensible a través del demonio hacían que la sangre en su cabeza martilleara fuertemente provocándole dolor e irritación, además del escalofriante sentimiento de ultratumba. Era como si estuviese intentando revivir al muerto que a veces tanto pánico y desesperación le daba.
- Aouksha oppurus simphonella. -un gruñido animal hizo que la chica cerrara fuertemente los ojos y se abrazara con ansiedad y terror- Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah. Sol sotreum is nalbah
Los muertos sí hablan.
La chica no comprendió las palabras hasta que luego de un rato casi interminable pudo captar el significado. Abrió los ojos con las pupilas dilatadas mucho más de lo usual, su ritmo cardíaco comenzó a acelerarse de manera irregular y su respiración se volvió anormal. Miró sobre su hombro al demonio que repetía sin cesar la frase. Un sollozo se le atragantó en la garganta, haciéndole un nudo en esta. Esa cosa estaba diciendo que los muertos sí podían hablar con una voz totalmente escalofriante. Derramó un par de lágrimas silenciosas mientras le observaba en su diabólico transe.
- El miedo humano es nuestro alimento, teme muchacha, teme y nunca más me iré de tu lado. -una carcajada espeluznante hizo eco en toda la celda. La chica no pudo más que cerrar los ojos deseando que el bicho desapareciera de su lado, y cuando un silencio sepulcral se instaló en el lugar, Ginna volvió a mirar. Ya no había nada.
Suspiró sintiendo un gran alivio que aflojaba sus extremidades totalmente entumecidas por la tensión que había sufrido durante tanto tiempo. Era simplemente inimaginable que algo así se le apareciera solamente a ella, temía que realmente se hubiese vuelto loca por completo en aquella oscuridad que reinaba implacable. Se sumió en un sueño profundo de un momento al otro que no supo determinar, volviendo a ese vacío que hacía que recuperara la cordura y descansara del manicomio en el que estaba viviendo.
Todo seguía siendo oscuridad para ella, frío, humedad y mugre. Sus sueños inconscientes tampoco le brindaban un escape a esa cruel realidad que deseaba evitar a toda costa, de hecho, le recordaban dónde se encontraba y qué cosas podría pasarle. Dio varias vueltas mientras fruncía el ceño y refunfuñaba por sus visiones amenazadoras del demonio, cánticos nauseabundos sonaban en sus oídos y le hacían enloquecer. Solo cerraba los ojos para seguir viendo a sus atormentadores una y otra vez en diferentes escenas que deseaba fervientemente olvidar. Estaba completamente sudada y temblaba violentamente por el contacto con las piedras heladas. La fina tela que poseía se pegaba a su cuerpo consumido por el hambre.
El ruido metálico del plato de chapa contra el suelo la sobresaltó. Se levantó rápidamente y buscó con la mirada de dónde provenía ese ruido, hasta que captó la visión de su alimento diario y se lanzó a por él con desesperación. Su estómago le reclamaba algo para saciarse al menos en una pequeña medida, pero lo mínimo para no morir. Su desnutrición estaba bastante avanzada, había perdido al menos cinco kilos, pero ella no podía notarlo. No sabía cómo se veía, ni cuán sucia podía estar. Ella solo podía intentar no enloquecer.
Ya no le importaba qué clase de alimento estaba ingiriendo, bebió con avidez la sopa, clamando su sed abrasadora. Ahora tenía un poco de alivio no solo en la garganta que le había estado pidiendo a gritos algún tipo de líquido, sino que también su estómago parecía sentirse algo más a gusto. Comió un poco de pan, dejando una pequeña mitad guardada en su mano para después. Había decidido que necesitaba racionar la comida, había sido un error tomarse todo el caldo de verdura de un tirón, pero no había podido evitarlo con aquella sensación que la había invadido al despertar estrepitosamente.
Se quedó mirando unos momentos de manera ausente el cuerpo en putrefacción que seguía ambientando el lugar con un olor repugnante, ya estaba en las últimas fases de la descomposición, lo quela chica no sabía era si había ratas por ahí y se lo estaban comiendo. Oraba a los dioses que así fuera, así no tendría que soportarlo por mucho tiempo más. A veces, por esas extrañas jugarretas de la visión, notaba que el cuerpo se se movía, un movimiento mínimo, pero existente que le sacaba de quicio a toda costa y le hacía morir de los nervios.
- No se está moviendo -dijo el demonio de un momento a otro, con esa peculiar y espantosa voz.
- ¡Aléjate! -espetó la muchacha- Deja de visitarme ¿No eres acaso una creación mía? ¡Te ordeno que te vayas!
- ¡Muchacha tonta! Yo no soy ninguna imaginación tuya. Yo soy real. Yo vivo aquí, yo vivo de tu miedo -repitió como antes. Volvió a dedicarle una sonrisa, su apestoso aliento hizo que contuviera la respiración para no vomitar lo que había comido hacía no menos de veinte minutos.
- ¿Tú estabas poseyendo al guardia?
- No, eso fue por su cuenta, algo bastante interesante de ver.
-Oh -miró el suelo, había deseado que sí lo hubiese controlado para realmente creer que el ser humano de por sí no podía ser tan cruel como lo aparentaba. Pero se había equivocado, la gente sí era así de despiadada y aprovechada cuando le convenía y tenía la posibilidad.
- No te desilusiones, muchas de las cosas que hacen los humanos son por cuenta propia, nosotros a veces solo creamos las oportunidades perfectas con tentaciones de todo tipo -se encogió de hombros- Es nuestro trabajo. De algo tenemos que vivir.
- Ojalá no existieras.
- Entonces los humanos ya no tendrían a quién evocar para culpar de sus malas acciones. Nos utilizamos mutuamente, es justo. -se acercó levitando a la muchacha que estaba en un rincón observando los ojos brillantes, cada vez que podía, por más horror que le infundiera, miraba desesperadamente esos orbes para poder admirar su luz. Una luz que era intermitente por el parpadeo del ser, la única luz que veía desde su llegada.
- No me has dicho tu nombre.
- Y no necesitas a saberlo, a menos que quieras invocarme.
- Tal vez… tal vez… te necesite para algo. Para… para ayudarme.
- ¿Ayudarte? -su risa burlona se elevó y resonó, muy fuerte y clara. Y muy escalofriante. Los bellos del brazo de la chica se erizaron con rapidez de una manera dolorosa.- Tienes unas extrañas ideas. ¿Por qué debería ayudarte? ¡No tienes ninguna posibilidad! -y volvió a reír con gusto.
- Solo quiero… saberlo.
- Xilión, hijo de Nisroch y Paxhet. Señores del dolor y la locura. Por eso puedes experimentar esas dos sensaciones cada vez que te toco.
La muchacha le miró impactada, esos nombres no le sonaban en absoluto pero cada uno de ellos se le quedó grabado a fuego en la memoria. El demonio observó su expresión unos momentos, a sabiendas de que debía digerir las cosas que le había dicho, por ello decidió que se iría. La visitaría en algún otro momento donde poder seguir divirtiéndose con ella. Hizo una pequeña reverencia y se despareció sin dejar rastro alguno tras de sí.
Mientras tanto Ginna se recostó en el suelo apretando fuertemente el trozo de pan que tenía en la mano y miró el techo cubierto por telarañas que ella no podía percibir. ¿Sería algo beneficioso convocarlo? ¿Realmente podía necesitarlo? ¿Era cierto que ya no tenía ninguna oportunidad de abandonar el monasterio y volver a vivir una vida libre y llena de dicha? Suspiró y cerró los ojos, sumiéndose en su fantasía personal, trasportándose al campo de lavanda para que el sol hiciera que su mundo fuera un poco menos triste y solitario. Ella seguía convencida que lo que veía era una mera ilusión creada por sí misma para poder hablar, pero esas sensaciones que percibía al entrar en contacto con sus garras eran muy reales como para ser solo una ficción realizada artificialmente por su atrofiado cerebro.
Volvió a dormirse, pero por unos escasos minutos que no contaron para nada. A penas había pasado un corto lapsus de tiempo cuando la puerta se abrió de golpe y dos guardias escrutaban el lugar con una mirada totalmente insana. Se adentraron y la tomaron por los brazos con ligereza, era tan liviana que parecía una muñeca de trapo.
- ¡Niña, cómo apestas!
- Mira, las ratas aún no se acaban a ese -soltó uno riendo entre dientes mientras señalaba el cuerpo de una esquina.
- Pensé que para ahora ya no quedarían más que huesos.
- Ay que ver, tal vez se haya muerto otro de por aquí y estén entretenidas.
Comenzaron a caminar mientras charlaban, a Ginna lamentablemente se le había caído el pan de la mano por el pasillo, perdiéndose para siempre el necesitado bocado. La arrastraron como una vez habían hecho, ella no tenía la suficiente fuerza ni decisión como para caminar por su cuenta a la velocidad que ellos iban. Miraba pasar las piedras irregulares del suelo con indiferencia, no sabía qué iba a pasar. No hasta que llegaron a una habitación con extraños artefactos que lo único que causaron en la morena era escalofríos y terror. Una angustia creciente en el pecho hizo que el tan conocido nudo en la garganta apareciera, su estómago se revolvió con ferocidad. Era una sala de tortura.
Una dama de hierro por ahí, un complicado mecanismo para estirar a la personas por allá, mesas con cuerdas, un péndulo. Todo parecía sacado de un cuento de terror, uno que se remontaban a épocas medievales. Le pareció imposible que tales cosas estuviesen ahí. Una luz apagada iluminaba todo. Las instalaciones estaban sucias de sangre que no se habían molestado limpiar, incluso aún había un cuerpo que goteaba sangre desde las alturas. Estaba colgado en dos ganchos que perforaban su tórax de una manera muy grotesca, sus ojos estaban en blanco. La muchacha no hizo más que cerrar los ojos con fuerza, no quería mirar más, no quería sentir, no quería nada de eso. La sentaron en una silla y ataron sus manos con correas, así como sus pies y su cuello.
Apretó los labios y tragó saliva con dificultad, mirando a todas direcciones, tratando de descifrar qué harían con ella. No prestaba atención a la cháchara distraída de los guardias que preparaban su tortura como si fuese mera rutina. Había capado un charco de sangre muy cerca de ella sin motivo aparente, pero en cuanto volvió a levantar la mirada se dio cuenta que era de una mujer muy vieja. Estaba dentro de una jaula con enormes espinas dentro de ella, aún vivía por su lenta y acompasada respiración, pero no parecía que le quedase mucho tiempo en ese doloroso mundo. La chica deseó con todas sus fuerzas que muriera para no seguir en ese estado, leves gemidos lastimeros se escucharon unos momentos.
- ¡Cállate, vieja inmunda!
- Déjala, está en sus últimas -comentó con tono burlón el guardia de cabello moreno mientras miraba a la señora.
- Es que ya no tienen fuerzas para nada más que para quejarse, son irritantes -protestó amarrando un artefacto a la mano derecha de la chica. Ella miró con frenética desesperación y comenzó a moverse desenfrenadamente.
- ¡Quieta, coño!
- ¡SUELTENMÉ, BÁRBAROS! ¡MALDITOS CERDOS!
- Si no te quedas quieta te irá peor de lo pensado, maldita inhumana.
- ¡Ustedes, ustedes son los monstruos que hacen este tipo de cosas para su diversión! ¡Yo no tengo que estar en esta prisión, ustedes deberían ocupar mi lugar! -los gritos desgarradores de la chica con un trasfondo de llanto hicieron mella en los guardas. Uno de ellos le dio una bofetada que le dejó una marca roja en la mejilla. Le ardió como nunca.
- Y nosotros que pensábamos dejarte ir con lo mínimo. Ahora parece ser que tu castigo aumentó considerablemente.
Al instante y con un movimiento de la cabeza, el guardia le indicó al otro que pusiera en funcionamiento la máquina. Era un aparatejo que iba en la mano, un dedo colocado dentro de un dispositivo con una palanca que al bajarla, quitaba la uña en su totalidad. Ginna abrió los ojos desmesuradamente y antes de que pudiera realmente hacer nada su uña ya no estaba donde pertenecía. Gritó, un alarido de dolor inundó la habitación. Las lágrimas corrían descontroladamente por sus mejillas, apretó los ojos, los dedos de la mano libre y los de los pies. Se quedó tiesa, aguantando el dolor punzante de su dedo sin uña, un escalofrío general se hacía presente en absolutamente todo su cuerpo. Inmediatamente prosiguieron a quitarle la uña contigua y así, hasta que obtuvieron tres uñas.
- ¡Qué quieren, por el amor de dios... y todo lo que es justo! ¡No sigan, díganme que quieren, haré lo que quieran, no sigan! -exclamó en un grito agudo de desesperación, esperando clemencia. Ya no lo soportaba más, estaba al borde del colapso. Su cuerpo entero temblaba y un charco de sangre se había juntado a sus pies, cada centímetro de su cuerpo, cada nervio gritaba a los cuatro vientos la agonía padecida. Su rostro mostraba súplica, buscando algo de humanidad en los ojos de alguno de los dos guardias.- Se los ruego, por favor. Les diré lo que quieran saber, haré lo que deseen pero no… no continúen.
Miró el suelo, así podría enfocar lo que tenía a sus pies. Era una especie de mano alargada, huesuda, completamente negra. Sus ojos no se adaptaban a la luminosidad penosa del lugar, así que tardó en darse cuenta que lo que contemplaba era otro ser extraño. Sus ojos volvieron a mostrar horror al notar que esa mano juntaba la sangre y la llevaba a una boca vertical. Una abertura totalmente anómala, que no poseía ninguna criatura existente que ella hubiese contemplado en un pasado. El bicho era de un tamaño enorme. Su cuerpo era huesudo, se notaba cada vértebra de la columna así como las protuberancias de la cadera. Tenía extremidades largas y flacuchas, aparentaba no tener ojos ni nariz. Y esa boca tampoco parecía presentar ninguna clase de dientes, únicamente una lengua enrollada que se extendía para tomar el fluido de su mano. Su piel era negra, lisa, de un aspecto resbaladizo y aterciopelado.
Gritó tanto como sus pulmones le permitieron, perdiendo los estribos y sacudiéndose en sus ataduras que comenzaban a dejarle marcas en la piel. Los guardas se asustaron al ver tal reacción de la nada, porque no habían hecho un solo movimiento, habían pasado tan solo segundos desde el descubrimiento de la criatura frente a ella. Cerró los ojos, gruñendo y negando con la cabeza con dificultad, la adrenalina se abría paso por sus venas como una toxina revitalizante. Tembló como una rata a acorralada.
¡Humana, no hagas tanto escándalo!
En su mente resonaron unas palabras provenientes de una voz ajena a ella, suave y llamativa. Muy distinta a la de Xilión, no causaba escalofríos, era mucho más atrayente. Miró en todas direcciones hasta que se encontró con la criatura con su rostro vuelto hacia ella, pudo notar que tenía dos orificios a los lados de la cabeza, seguramente hubiese escuchado todo el escándalo.
Yo no lastimo, yo simplemente me alimento de la sangre que me proporcionan.
- Qué... qué cosa eres por el amor de Jesucristo -masculló casi tartamudeando.
Soy a lo que suelen llamar un vampiro, una sanguijuela, un parásito.
Los guardias se miraron entre ellos, porque en aquella habitación no había nada con lo que la muchacha pudiera realmente comunicarse. Uno negó con la cabeza, dando la negativa.
- Se ha vuelto loca del todo demasiado rápido, pensé que aguantaría por lo menos tres meses.
- Realmente pensé que nos serviría de algo -se encogió de hombros el moreno, un poco frustrado.
- Ponla en ese -señaló una camilla de madera apartada y se fue sin mirar atrás.
Pobre muchacha, tú no eres un titán. Tampoco tienes un corazón oscuro. Cómo puede ser que te hayan metido en un lugar como este, eres una más de las víctimas de la desesperación del gobierno.
- Ayúdame, por favor -sollozó derramando las pocas lágrimas que aún conservaba. Su estado era totalmente patético.
El bicho negó con la cabeza, parecía triste. El guardia ignoró a la chica, pensando que ese pedido de auxilio era para él, la desmontó de la silla y la llevó arrastrándola del pelo hasta una mesa de madera donde la ató con facilidad y soltura. Parecía estar acostumbrado a hacer ese tipo de cosas, su rostro era inescrutable. Donde Ginna apoyaba la cabeza estaba completamente frío y mojado, al segundo se dio cuenta porqué. Una gota perfecta caía, chocaba contra su frente. La típica tortura psicológica de la gota de agua. Apretó los dientes y los rechinó, moviendo su cuerpo simplemente para darse cuenta que no podía desatarse de ninguna forma. El guardia luego de asegurar las correas le dio unas palmadas en la pierna más próxima.
- Te estaremos visitando en un par de días, bonita -y se marchó, dejándola sola con la criatura.
Lamentablemente no puedo hacer nada, no puedo tomar acción más que fuera de estas paredes, pero es un lugar ideal para alimentarse.
- Por dios, dios. Haz que esto termine, por favor -murmuró a la nada con desesperación y casi sin aliento. La gota se repetía, continua, pausada y muy irritante. No sabía qué le molestaba más, el ritmo de la gota o el sobresalto que le provocaba al estallar contra su frente mugrienta.
Si quieres puedo platicar contigo para que se haga más ameno.
- No, no se hará más ameno. No te acerques, no me hables. Eres una atrocidad, no deberías existir. Tienes que ser fruto de mi pensamiento desesperado y atrofiado -soltó con irritación.
De acuerdo, siento haberte molestado.
La voz de la criatura se había notado dolida. La chica pudo escuchar el crujido de sus huesos mientras se movía por la habitación, miró hacia las esquinas del techo y pudo verlo. Esa asquerosa bestia la escrutaba desde las alturas, sin ojos, totalmente ciega pero con un olfato y un oído desconocidos para Ginna.
Las horas pasaban, ella no podía conciliar el sueño y las pensamientos no se formaban con convicción en su mente. Esa estúpida gota la sacaba totalmente de quicio hasta que en un momento comenzó a contar los segundos que tomaba para caer sobre su frente. A veces eran siete, a veces ocho, pero ella quería llegar a una cifra concreta, no a aproximaciones. Se pasó con esa pequeña meta una tres horas, donde luego comenzó a mascullar y mover la cabeza hacia los lados. Le dolía el sitio donde la gota había caído incesantemente sin ningún tipo de obstáculo. Su respiración era violenta, se movió con furia, gritó, insultó. Las risas de Xilión se escuchaban por toda la sala de torturas, burlesca, satisfecha. ¡El mundo era una escoria! ¡Todos eran escoria! ¡Todos debían morir! Muchos pensamientos así se formaban esporádicamente por su cabeza, para luego ir transformándose.
Llegó un momento donde simplemente se dedicó a mirar el techo con gesto ausente, intentando no pensar en nada, ahora su mundo era la gota que regularmente caía sobre ella. El dolor de sus manos servía de distracción de vez en cuando, pero ya había perdido sentido de todo.
lunes, 29 de diciembre de 2014
No se que me pasa, últimamente me siento más amargada que de costumbre y pese a que siempre estuve conciente de que las cosas me las probocaba yo misma, no puedo dejar de sabotearme y sentirme mal al respecto. Es como que... si me distraigo lo suficiente, todo esta bien. Sin embargo y cuando veo que las cosas no estan bien, cuando siento que me duele, cuando siento un nudo en la garganta, no hago nada. Por qué no hago nada... Porque no quiero obligarme a salir y todos los preparativos que conllevan, pese a que puede que luego de haber pasado por todo ese asunto, me sienta bien. Es solo esporadico.
Quisiera ser un ente, solo eso, un ente que no necesite nada para ser, que no tiene nada que ver con nada, que puede ser autónomo por si mismo con una vida eterna dedicada a mirar, a observar. No en actitud solitaria, no necesitando hablar ni expresarse, no necesitando exteriorizar nada, sin la capacidad de llorar. Odio llorar. Odio la sensación de hinchazón que queda en los ojos por la fatiga, lo odio.
Odio la envidia.
Solo... necesito estar recostada indefinidamente, necesito que me abraces y dormir, dormir hasta que el tiempo pase.
Todo seria mejor con la mente vacia y la garganta clara.
Quisiera ser un ente, solo eso, un ente que no necesite nada para ser, que no tiene nada que ver con nada, que puede ser autónomo por si mismo con una vida eterna dedicada a mirar, a observar. No en actitud solitaria, no necesitando hablar ni expresarse, no necesitando exteriorizar nada, sin la capacidad de llorar. Odio llorar. Odio la sensación de hinchazón que queda en los ojos por la fatiga, lo odio.
Odio la envidia.
Solo... necesito estar recostada indefinidamente, necesito que me abraces y dormir, dormir hasta que el tiempo pase.
Todo seria mejor con la mente vacia y la garganta clara.
jueves, 13 de noviembre de 2014
La Cárcel de los Titanes
Una terrorífica bienvenida.
Había
perdido todas las fuerzas que tenía, lágrimas tranparentes caían por
sus mejillas dejando su rastro y eliminando la mugre que tenía en la
cara. Estaba sucia, su cabello ondulado y de color café estaba
desgreñado además de que tenía moratones en distintas partes del cuerpo.
Le habían maltratado, pero ella seguía diciendo lo mismo, que tenían a
la persona equivocada, que ella no podía hacer nada de las atrocidades
que se habían cometido durante tanto tiempo. Que había sido su gemela
desaparecida, pero no le habían escuchado a pesar de que lo había
repetido tantas veces hasta hartarse, hasta que esas palabras comenzaron
a perder su significado, hasta que eran inentendibles. Ya no hablaba,
al borde de la inconsciencia por la pena y el maltrato simplemente podía
balbucear.
- Yo no lo hice. Yo no lo hice, lo juro, lo juro.
Los guardias se vieron entre ellos, compartiendo una mirada de entendimiento; la chica había perdido totalmente la cordura. No pudieron más que sonreír entre ellos, la arrastraron con más ahínco, parecía que a ella ya no le importaba que sus pies, tobillos y parte de sus piernas se lastimaran contra el suelo. Ya todo le daba igual, no había más esperanza para ella, no estando en ese escalofriante lugar del cual era imposible salir.
- Por favor -suplicó. A veces suplicaba, otras simplemente seguía repitiendo aquellas palabras como si fue un ruego al cielo, esperando que ese Dios del que todos hablaban realmente la escuchara y le creyera, porque nadie más lo hacía.
Terminaron de jalarla hasta la celda, la cual se abrió sin hacer el mínimo ruido, pero tenía cuarenta centímetros de grosor. Aquél lugar era un antiguo monasterio perdido en algún lugar de los países nórdicos, clasificado como no existente y en una zona la cual era extremadamente prohibida para los civiles. Había sido descubierto bajo extrañas condiciones, estaba inhabitado pero en perfecto estado. Ahora había sido de alguna forma "remodelado" y era usado para encerrar a las criaturas más peligrosas existentes en el planeta. Se les llamaba Titanes por su fuerza hercúlea, su rapidez insuperable y sus sentidos totalmente desarrollados, además de una característica que los hacía totalmente únicos entre ellos.
Eran peligrosos, una abominación, un error de la naturaleza. Su origen; desconocido. Pero su aparición comenzó a darse por Australia, posiblemente aislados del mundo en el Polo Sur, decidieron darse a conocer hace cientos de años. Desde aquél momento el mundo comenzó a sufrir un grave peligro, poblados enteros arrasados en un suspiro, masacres dignas de dictadores. Parecía que los demonios habían salido del infierno para reclamar la Tierra como suya. Grandes pestes golpearon con fuerza naciones importantes como Inglaterra, todo era un caos inminente.
Como en toda oscuridad siempre hay luz, un pequeño grupo recatado de esos desconocidos decidieron que aquella raza de humanos tan débiles con la que se estaba acabando debía ser protegida, así que se unieron a sus filas a luchar y así lograron apagar ese vibrante ardor de gloria en las gargantas de los Titanes que querían asumir el control.
Pero luego de un tipo y cuando la mayoría de los Titanes se hicieron adultos y murieron, cuando se mezclaron con los humanos normales y formaron familias, se dieron como extinguidos. Pero la tranquilidad en la que el mundo se sumió, una paz etérea, un remontar hacia los viejos tiempos cuando aquellas bestias ya no existían, acabó bruscamente. Había parecido infinito, interminable e ilimitado.
Otro grupo de la resistencia, de aquellos que aún querían hacerse con lo que era suyo, aquellos descendientes de los primeros Titanes, comenzaron a reclutar a los nuevos Titanes. Hijos de humano y bestia. Así que volvieron a reagruparse para golpear firmemente el mundo, como una vez hicieron en el pasado. Más dispersos que antes, con un número muy reducido. Y surgieron otro tipo de Titanes, aquellos renegados de todo, aquellos que hacían lo que querían sin un fin. Y su gemela, Taira, era uno de esos Titanes renegados. Monstruos altamente peligrosos con un carácter inestable incapaces de vivir en sociedad. Y le habían confundido con ella.
- Se los juro, por lo que más quieran, porque favor, no lo hagan. ¡No soy ELLA! ¡No soy esa COSA! -se revolvió, histérica, entre los brazos de los guardias que la tenían con tanta fuerza y clavaban sus dedos tan fuertemente en su piel que dejaron su marca en ella.
- Cállate, loca.
- ¡NO!
Al calabozo. La tiraron con impunidad, sin lastima. La chica los miró desvalida desde el suelo, el vestido andrajoso y desgarrado que llevaba puesto le quedaba grande, por lo cual sus hombros, brazos y un poco de sus pechos quedaban fácilmente a la vista. Seguía llorando, había derramado tantas lágrimas durante los días pasados que temía deshidratarse, porque tampoco había comido ni bebido nada. El llanto le había quitado toda su fuerza, toda su voluntad, el lugar le inculcaba tal desesperación que todo pensamiento de salvación había sido ferozmente borrado.
Los tipos se quedaron en el umbral de la puerta, observándola y recapacitando. Era un manjar tentador, aquellos que trabajan ahí podían disponer de los prisioneros a gusto, por ello no eran raras las violaciones y las torturas en aquél lugar. Era una práctica habitual, aquellos que aún se encontraban lo suficientemente cuerdos como para padecerlos eran las víctimas preferidas, pero cuando pasaban a un estado de inconsciencia continua donde la cordura abandonaba por completo a la gente ya perdían la gracia.
Los trabajadores terminaban por volverse las bestias, como si fuesen los castigadores, aquellos que juzgaban y ponían la sentencia a todas esas personas que, siendo pacíficas o no, terminaban en aquél monasterio hasta la fecha de su caducidad. Le eran arrebatados todos sus derechos, porque no eran personas, no para el mundo. Eran una cosa aborrecible, carente de todo lo que una persona podría tener, eran la escoria de la sociedad humana y su más grande peligro. La diferencia era que ese milagroso castillo de oscuros rincones y húmedas paredes hacía que los Titanes no pudieran defenderse ni atacar, dejándolos vulnerables. Haciendo que todo lo que los hacía especiales se esfumara y volvieran a ser patéticos, normales.
Aquellos eternos segundos, en que la chica sentía cómo las miradas de esos cerdos le recorrían todo el cuerpo, terminaron al fin, con un final bastante feliz. Cerraron la puerta a duras penas, esta poseía una pequeña abertura en el suelo con dos barrotes, la cual se suponía servía para pasarle la comida. Si es realmente los alimentaban.
- Ya vendremos a visitarte -comentó uno para luego alejarse soltando frías carcajadas.
La muchacha se abrazó a sí misma en el suelo, no podía ver nada. La oscuridad total reinaba en la celda, el suelo, las paredes, incluso la puerta, todo era de duras piedras. Se respiraba una humedad evidente que delataba la presencia del moho por todos lados. El frío parecía insoportable, tembló.
En aquél lugar no había nada, nada más que la puerta y ella. No había ventana, no había nada que pudiera ser un baño, solo piedras resbalosas por todas partes. Se preguntó qué haría, cómo pasaría el tiempo, si dejarían de buscar a su hermana, si algún día se darían cuenta que habían capturado a la chica equivocada. Sollozos lastimeros se desprendían de su garganta, sus ojos hinchados y cansados habían dejado de derramar agua y ahora lo único que quedaba por hacer era esperar un milagro.
El tiempo pasaba, no tenía noción del día o la noche, ni de las horas. Pero había algo que le hacía tener la vaga ilusión de que todo estaría bien, esa última esperanza aún estando en el infierno era capaz de abordar a la gente. Una esperanza muy débil, a la espera del suceso final en que la desesperación tomara el poder y abriera paso a la locura inminente. A una hora que ella sospechaba era cerca de las doce del medio día hacían deslizar bajo aquella abertura un plato con un pan viejo y sopa fría. Caldo, sin sal, un suave sabor a verdura. También lo hacían por la noche, pero en esas ocasiones solía ser otro pedazo del mismo pan y un vaso de agua. Eso era todo. Esa era su vida.
Comer y esperar. Ni siquiera tratar de contar el tiempo, simplemente imaginar cosas, soñar en su libertad. Soñar con que todo aquello terminara rápido y sin dolor. A veces se enfrascaba tanto en aquellos pensamientos que sentía incluso una brisa cálida de verano rozando su piel blanca y mugrienta, el sol bañándola con sus rayos, haciendo que el frío se fuera. El olor a un campo de lavanda. Era un paisaje muy hermoso con el cual fantasear.
Sus ojos se habían acostumbrado a esa luz casi nula, las penumbras se habían vuelto su más fiel amiga, pero no se puede decir lo mismo del silencio, porque no era continuo sino que largos y horribles alaridos de sufrimiento y terror se hacían presentes al azar. A veces más cerca, otros muy lejanos, pero siempre estaban ahí para sacarla de sus pensamientos dulces. Eso sólo era un pequeño método para hacer su estadía más amena y pasar el tiempo, pero muchas veces tenía que limitarse a dar vueltas por el lugar.
No habían pasado más de cinco días, la peste del calabozo siempre le había seguido, acosadora, inmunda. Se preguntaba de qué era, de dónde podría venir. Milagrosamente había encontrado un agujero en una esquina, había decidido que haría ahí sus desechos. Por lo menos sentía que aún la cordura no la abandonaba.
Mientras recorría el lugar con las manos apoyadas en la pared, dictaminó que era cuadrado, o rectangular en todo caso. Pero algo había, algo que no había notado. Algo que le había acompañado desde el momento en que la habían arrojado a su suerte. Su pié chocó contra un bulto, observó. Un bulto grande. Se agachó para ver más de cerca y el otro a putrefacción se filtró por sus fosas nasales revelándole que aquél cuerpo estaba en proceso de descomposición hacía unos días.
Lanzó un grito de horror, se tapó las manos con la boca con fuerza para que los guardias no decidieran que era su turno de ser torturada. Parecía que no se habían molestado en retirar el cadáver recientemente muerto del anterior inquilino de aquél infierno. Ginna no podía estar más escandalizada, su corazón palpitaba con fuerza, aceleradamente. Su respiración se hizo agitada por el susto, pero poco a poco comenzó a tomar conciencia de la situación. Decidió caminar lejos de ese objeto calamitoso que le causaba repulsión, asomó la boca por la abertura para captar un poco de aire fresco.
Estaba aturdida, el shock la obligaba a tener la mente en blanco, se abrazó a si misma mientras escondía el rostro entre las rodillas. Ella no quería terminar así. Quizás ese hubiese sido otra persona completamente inocente a la cual no escucharon y literalmente dejaron pudrirse en ese lugar. Se dijo que debía mantener la calma, que ese no era su destino, que la suerte le deparaba algo mejor en un futuro pero que ella simplemente debía esperar. Esperar. Esa era la palabra clave de todo.
Sus días siguieron siendo inaguantables con la conciencia de que un cadáver compartía su martirio y su dolor. Caía dormida a intervalos irregulares, pero siempre que despertaba tenía la comida ahí, esperándola. A veces temía que se la quitaran si dormía demasiado tiempo, por eso siempre procuraba fijarse si le habían dejado algo. Mientras el tiempo avanzaba implacable, su cuerpo se consumía cada vez más, su llanto era esporádico, no tenía sus emociones bien definidas y había pasado tanto tiempo sin escuchar su propia voz que comenzaba a olvidarla. No quería ni imaginar su aspecto actual, seguramente hubiese dado mucha pena. Sus uñas negras y sus pies sucios, igual que todo su ser, se sentía asquerosa, ya no era una persona, era una criatura viviendo condiciones infrahumanas.
Muchas veces sintió pena de sí misma y se dedicó un momento para peinar un poco su cabello enmarañado con los dedos. Cualquiera que la hubiese visto podría haber afirmado rotundamente que estaba loca. Una persona en cuerdas circunstancias hubiese dedicado su esfuerzo a hacer algo por su vida, a escapar o simplemente a que lo mataran, pero ella ya confundía la verdadera realidad con sus fantasías de ensueño. Cruzaba la línea de lo insano a cortos intervalos, aunque sin conciencia de ello, poco apoco se volvía loca, loca desquiciada por la soledad, por el desconcierto, por estar inhabilitada a su libertad, por el no saber si al día siguiente estaría viva o acabaría como su íntimo amigo que seguía pudriéndose en una esquina.
Estaba acostada sobre su espalda, su respiración era regular, sus latidos peligrosamente lentos. El plato reposaba tranquilamente en el suelo junto a ella. Todo estaba en orden, como siempre, el silencio sepulcral se había instalado durante un rato para dejar que su conciencia descansara un rato. Estaba sumida en un vacío tranquilo y casi acogedor, pero fue devuelta al calabozo violentamente de una bofetada.
Se escandalizó, se revolvió en su sitio, ahogó un grito por el susto. Pero finalmente terminó por sentarse abriendo mucho los ojos para saber qué cosa le había golpeado, solo rezaba a la Santísima Trinidad que no fuese aquél asqueroso cuerpo con el que había tenido que aprender a convivir - había sido arduo, pero comenzó a ser un objeto más del pintoresco paisaje que no podía casi ver. Pero algo muy diferente se había materializado frente a sus ojos, algo que la dejó petrificada en su lugar. ¿Un demonio?
Ese ser la miraba con ojos felinos, brillando amarillos en la eterna noche en la que vivía, era la primera luz que lograba ver en dos semanas. Hicieron que su corazón se acelerara ferozmente y que la adrenalina le recorriera las venas revitalizándola por momentos. La criatura que tenía frente a ella era extraña, su cuerpo era peludo y tenía un color canela. Tenía brazos, pero no piernas, aunque no le hacían falta. Ese bicho podía levitar, lo cual le sorprendió mucho a la muchacha, haciendo que el terror se notara en sus facciones demacradas. La boca que le sonreía tenía afilados dientes puntiagudos como agujas y su aliento apestaba tan mal como el solitario cuerpo de la esquina opuesta.
Sin duda, era un demonio salido del mismísimo averno que veía a torturarle y a horrorizarla. El ente profirió una risa grotesca al ver la cara de la chica, la examinó con la mirada un momento, esos ojos no le inspiraban nada bueno a Ginna. Se acercó a ella hasta que pudo sentir su respiración abrazadora e inmunda sobre su rostro, su respiración se dificultó.
- ¿Qué estás haciendo aquí, humana? -su voz era grave y tenía un matiz, un eco, como si fuesen dos voces distintas hablando al mismo tiempo. A la chica se le erizaron los bellos de la nuca. No podía hablar.
- Tú no eres un Titán, veo que sufriste el destino de muchos otros aquí. El mundo está tan aterrorizado que busca excusas para meter a la gente aquí y sentirse más seguros. La existencia humana es tan patética y baja… -rió de manera grotesca, todo su cuerpo se movía.- Por eso disfrutamos con ellos.
- ¿Qué eres?-su voz sonó desencajada, simplemente un susurro.
- ¿Qué soy? ¡Niña! Soy un demonio -sonrió abiertamente dejando relucir sus sucios dientes. Otra vez su aliento hizo que se mareara del asco.- Soy de esos que ves en la tele cuando la gente está poseída. Ésta es nuestra morada -hizo un movimiento evocativo con los brazos- y ésas son nuestras víctimas -señaló con un dedo al hombre muerto a un lado.
- ¿Me-me matarás?
- Podría -comentó pensativo- pero no ahora. -acarició su pelo un momento, era el primer contacto con algo ajeno que tenía en semanas. Le dio un escalofrío- ¿Lo sientes, verdad? Esa sensación… ese cosquilleo de la muerte y la locura ¡Delicioso! -su mano libre de pelaje se deslizó por su hombro, su brazo y sus piernas con impunidad.- Interesante.
- Por favor, déjame -dijo en un susurro lastimero con lágrimas en los ojos. Se sentía adversa a ese contacto de un ser tan extraño.- No me toques
- Tú eres la primera persona que logra verme. ¿Realmente no eres un Titán? Nunca tuviste las cualidades necesarias para aparentarlo. Tal vez se produjo un cambio aquí dentro, o una habilidad oculta se despertó -el demonio parecía desconcertado y admirado. Volvió a acariciar la piel de la muchacha que se retorcía por los espasmos de los vestigios del dolor y la demencia.
- ¡Déjame! -le espetó, en un fuerte grito, intentando aferrarse a la cordura que se le escurría entre los dedos.
La exclamación fue escuchada por un guardia que caminaba haciendo sus recorridos rutinarios y abrió la puerta para controlar la situación. A la chica se le paralizó el corazón mientras veía al tipo observarla con una sonrisa sin percatarse de la presencia del monstruo a su lado, justo sobre ella.
- Oh, bonita, me había olvidado de ti. -entró a la celda y la tomó por el cabello, obligándola a pararse. Algunas lágrimas de dolor se soltaron de sus ojos y cayeron directamente al suelo.- No estés triste, no volverá a pasar, déjame que te lo recompense -le pegó de lleno en todo el rostro para luego arrojarla al suelo con violencia- Mira qué descuidado soy, debo ser más gentil.
Su voz era burlona, su sonrisa malévola y sus ojos denotaban una lujuria asquerosa. ¿Habría sido por diversión? ¿Habría sido obra del demonio el cual la miraba con entretenimiento? Ella no podía dar fe de que ese ser realmente existiera y no fuese producto de su imaginación, pero lo que realmente no estaba soñando era ese terrible destino que le sucedía. Por primera vez comenzaba a sentir los horrores de la cárcel en carne propia, la rudeza del guardia y su diversión le arrancaban alaridos de dolor y furia. Eso era solo el comienzo de las repetidas ocasiones en que tendría que soportar esa humillación.
Se dejó, aunque al principio intentó luchar con sus pocas energías entendió que seguía sin poder tener libre albedrio y tendría que acatar órdenes. Que allí los superiores hacían lo que se les viniera en gana y no había manera de objetarlo o evitarlo, más aún siendo tan pequeña. Intentó pensar en otras cosas que la llevaran lejos de sí misma, a ese campo de lavandas perfumadas que le hacían suspirar de añoranza. Las lágrimas y sollozos de frustración y vergüenza eran inevitables al ver al demonio que se jactaba de la situación. Su estadía en La Cárcel de los Titanes recién estaba comenzando.
- Yo no lo hice. Yo no lo hice, lo juro, lo juro.
Los guardias se vieron entre ellos, compartiendo una mirada de entendimiento; la chica había perdido totalmente la cordura. No pudieron más que sonreír entre ellos, la arrastraron con más ahínco, parecía que a ella ya no le importaba que sus pies, tobillos y parte de sus piernas se lastimaran contra el suelo. Ya todo le daba igual, no había más esperanza para ella, no estando en ese escalofriante lugar del cual era imposible salir.
- Por favor -suplicó. A veces suplicaba, otras simplemente seguía repitiendo aquellas palabras como si fue un ruego al cielo, esperando que ese Dios del que todos hablaban realmente la escuchara y le creyera, porque nadie más lo hacía.
Terminaron de jalarla hasta la celda, la cual se abrió sin hacer el mínimo ruido, pero tenía cuarenta centímetros de grosor. Aquél lugar era un antiguo monasterio perdido en algún lugar de los países nórdicos, clasificado como no existente y en una zona la cual era extremadamente prohibida para los civiles. Había sido descubierto bajo extrañas condiciones, estaba inhabitado pero en perfecto estado. Ahora había sido de alguna forma "remodelado" y era usado para encerrar a las criaturas más peligrosas existentes en el planeta. Se les llamaba Titanes por su fuerza hercúlea, su rapidez insuperable y sus sentidos totalmente desarrollados, además de una característica que los hacía totalmente únicos entre ellos.
Eran peligrosos, una abominación, un error de la naturaleza. Su origen; desconocido. Pero su aparición comenzó a darse por Australia, posiblemente aislados del mundo en el Polo Sur, decidieron darse a conocer hace cientos de años. Desde aquél momento el mundo comenzó a sufrir un grave peligro, poblados enteros arrasados en un suspiro, masacres dignas de dictadores. Parecía que los demonios habían salido del infierno para reclamar la Tierra como suya. Grandes pestes golpearon con fuerza naciones importantes como Inglaterra, todo era un caos inminente.
Como en toda oscuridad siempre hay luz, un pequeño grupo recatado de esos desconocidos decidieron que aquella raza de humanos tan débiles con la que se estaba acabando debía ser protegida, así que se unieron a sus filas a luchar y así lograron apagar ese vibrante ardor de gloria en las gargantas de los Titanes que querían asumir el control.
Pero luego de un tipo y cuando la mayoría de los Titanes se hicieron adultos y murieron, cuando se mezclaron con los humanos normales y formaron familias, se dieron como extinguidos. Pero la tranquilidad en la que el mundo se sumió, una paz etérea, un remontar hacia los viejos tiempos cuando aquellas bestias ya no existían, acabó bruscamente. Había parecido infinito, interminable e ilimitado.
Otro grupo de la resistencia, de aquellos que aún querían hacerse con lo que era suyo, aquellos descendientes de los primeros Titanes, comenzaron a reclutar a los nuevos Titanes. Hijos de humano y bestia. Así que volvieron a reagruparse para golpear firmemente el mundo, como una vez hicieron en el pasado. Más dispersos que antes, con un número muy reducido. Y surgieron otro tipo de Titanes, aquellos renegados de todo, aquellos que hacían lo que querían sin un fin. Y su gemela, Taira, era uno de esos Titanes renegados. Monstruos altamente peligrosos con un carácter inestable incapaces de vivir en sociedad. Y le habían confundido con ella.
- Se los juro, por lo que más quieran, porque favor, no lo hagan. ¡No soy ELLA! ¡No soy esa COSA! -se revolvió, histérica, entre los brazos de los guardias que la tenían con tanta fuerza y clavaban sus dedos tan fuertemente en su piel que dejaron su marca en ella.
- Cállate, loca.
- ¡NO!
Al calabozo. La tiraron con impunidad, sin lastima. La chica los miró desvalida desde el suelo, el vestido andrajoso y desgarrado que llevaba puesto le quedaba grande, por lo cual sus hombros, brazos y un poco de sus pechos quedaban fácilmente a la vista. Seguía llorando, había derramado tantas lágrimas durante los días pasados que temía deshidratarse, porque tampoco había comido ni bebido nada. El llanto le había quitado toda su fuerza, toda su voluntad, el lugar le inculcaba tal desesperación que todo pensamiento de salvación había sido ferozmente borrado.
Los tipos se quedaron en el umbral de la puerta, observándola y recapacitando. Era un manjar tentador, aquellos que trabajan ahí podían disponer de los prisioneros a gusto, por ello no eran raras las violaciones y las torturas en aquél lugar. Era una práctica habitual, aquellos que aún se encontraban lo suficientemente cuerdos como para padecerlos eran las víctimas preferidas, pero cuando pasaban a un estado de inconsciencia continua donde la cordura abandonaba por completo a la gente ya perdían la gracia.
Los trabajadores terminaban por volverse las bestias, como si fuesen los castigadores, aquellos que juzgaban y ponían la sentencia a todas esas personas que, siendo pacíficas o no, terminaban en aquél monasterio hasta la fecha de su caducidad. Le eran arrebatados todos sus derechos, porque no eran personas, no para el mundo. Eran una cosa aborrecible, carente de todo lo que una persona podría tener, eran la escoria de la sociedad humana y su más grande peligro. La diferencia era que ese milagroso castillo de oscuros rincones y húmedas paredes hacía que los Titanes no pudieran defenderse ni atacar, dejándolos vulnerables. Haciendo que todo lo que los hacía especiales se esfumara y volvieran a ser patéticos, normales.
Aquellos eternos segundos, en que la chica sentía cómo las miradas de esos cerdos le recorrían todo el cuerpo, terminaron al fin, con un final bastante feliz. Cerraron la puerta a duras penas, esta poseía una pequeña abertura en el suelo con dos barrotes, la cual se suponía servía para pasarle la comida. Si es realmente los alimentaban.
- Ya vendremos a visitarte -comentó uno para luego alejarse soltando frías carcajadas.
La muchacha se abrazó a sí misma en el suelo, no podía ver nada. La oscuridad total reinaba en la celda, el suelo, las paredes, incluso la puerta, todo era de duras piedras. Se respiraba una humedad evidente que delataba la presencia del moho por todos lados. El frío parecía insoportable, tembló.
En aquél lugar no había nada, nada más que la puerta y ella. No había ventana, no había nada que pudiera ser un baño, solo piedras resbalosas por todas partes. Se preguntó qué haría, cómo pasaría el tiempo, si dejarían de buscar a su hermana, si algún día se darían cuenta que habían capturado a la chica equivocada. Sollozos lastimeros se desprendían de su garganta, sus ojos hinchados y cansados habían dejado de derramar agua y ahora lo único que quedaba por hacer era esperar un milagro.
El tiempo pasaba, no tenía noción del día o la noche, ni de las horas. Pero había algo que le hacía tener la vaga ilusión de que todo estaría bien, esa última esperanza aún estando en el infierno era capaz de abordar a la gente. Una esperanza muy débil, a la espera del suceso final en que la desesperación tomara el poder y abriera paso a la locura inminente. A una hora que ella sospechaba era cerca de las doce del medio día hacían deslizar bajo aquella abertura un plato con un pan viejo y sopa fría. Caldo, sin sal, un suave sabor a verdura. También lo hacían por la noche, pero en esas ocasiones solía ser otro pedazo del mismo pan y un vaso de agua. Eso era todo. Esa era su vida.
Comer y esperar. Ni siquiera tratar de contar el tiempo, simplemente imaginar cosas, soñar en su libertad. Soñar con que todo aquello terminara rápido y sin dolor. A veces se enfrascaba tanto en aquellos pensamientos que sentía incluso una brisa cálida de verano rozando su piel blanca y mugrienta, el sol bañándola con sus rayos, haciendo que el frío se fuera. El olor a un campo de lavanda. Era un paisaje muy hermoso con el cual fantasear.
Sus ojos se habían acostumbrado a esa luz casi nula, las penumbras se habían vuelto su más fiel amiga, pero no se puede decir lo mismo del silencio, porque no era continuo sino que largos y horribles alaridos de sufrimiento y terror se hacían presentes al azar. A veces más cerca, otros muy lejanos, pero siempre estaban ahí para sacarla de sus pensamientos dulces. Eso sólo era un pequeño método para hacer su estadía más amena y pasar el tiempo, pero muchas veces tenía que limitarse a dar vueltas por el lugar.
No habían pasado más de cinco días, la peste del calabozo siempre le había seguido, acosadora, inmunda. Se preguntaba de qué era, de dónde podría venir. Milagrosamente había encontrado un agujero en una esquina, había decidido que haría ahí sus desechos. Por lo menos sentía que aún la cordura no la abandonaba.
Mientras recorría el lugar con las manos apoyadas en la pared, dictaminó que era cuadrado, o rectangular en todo caso. Pero algo había, algo que no había notado. Algo que le había acompañado desde el momento en que la habían arrojado a su suerte. Su pié chocó contra un bulto, observó. Un bulto grande. Se agachó para ver más de cerca y el otro a putrefacción se filtró por sus fosas nasales revelándole que aquél cuerpo estaba en proceso de descomposición hacía unos días.
Lanzó un grito de horror, se tapó las manos con la boca con fuerza para que los guardias no decidieran que era su turno de ser torturada. Parecía que no se habían molestado en retirar el cadáver recientemente muerto del anterior inquilino de aquél infierno. Ginna no podía estar más escandalizada, su corazón palpitaba con fuerza, aceleradamente. Su respiración se hizo agitada por el susto, pero poco a poco comenzó a tomar conciencia de la situación. Decidió caminar lejos de ese objeto calamitoso que le causaba repulsión, asomó la boca por la abertura para captar un poco de aire fresco.
Estaba aturdida, el shock la obligaba a tener la mente en blanco, se abrazó a si misma mientras escondía el rostro entre las rodillas. Ella no quería terminar así. Quizás ese hubiese sido otra persona completamente inocente a la cual no escucharon y literalmente dejaron pudrirse en ese lugar. Se dijo que debía mantener la calma, que ese no era su destino, que la suerte le deparaba algo mejor en un futuro pero que ella simplemente debía esperar. Esperar. Esa era la palabra clave de todo.
Sus días siguieron siendo inaguantables con la conciencia de que un cadáver compartía su martirio y su dolor. Caía dormida a intervalos irregulares, pero siempre que despertaba tenía la comida ahí, esperándola. A veces temía que se la quitaran si dormía demasiado tiempo, por eso siempre procuraba fijarse si le habían dejado algo. Mientras el tiempo avanzaba implacable, su cuerpo se consumía cada vez más, su llanto era esporádico, no tenía sus emociones bien definidas y había pasado tanto tiempo sin escuchar su propia voz que comenzaba a olvidarla. No quería ni imaginar su aspecto actual, seguramente hubiese dado mucha pena. Sus uñas negras y sus pies sucios, igual que todo su ser, se sentía asquerosa, ya no era una persona, era una criatura viviendo condiciones infrahumanas.
Muchas veces sintió pena de sí misma y se dedicó un momento para peinar un poco su cabello enmarañado con los dedos. Cualquiera que la hubiese visto podría haber afirmado rotundamente que estaba loca. Una persona en cuerdas circunstancias hubiese dedicado su esfuerzo a hacer algo por su vida, a escapar o simplemente a que lo mataran, pero ella ya confundía la verdadera realidad con sus fantasías de ensueño. Cruzaba la línea de lo insano a cortos intervalos, aunque sin conciencia de ello, poco apoco se volvía loca, loca desquiciada por la soledad, por el desconcierto, por estar inhabilitada a su libertad, por el no saber si al día siguiente estaría viva o acabaría como su íntimo amigo que seguía pudriéndose en una esquina.
Estaba acostada sobre su espalda, su respiración era regular, sus latidos peligrosamente lentos. El plato reposaba tranquilamente en el suelo junto a ella. Todo estaba en orden, como siempre, el silencio sepulcral se había instalado durante un rato para dejar que su conciencia descansara un rato. Estaba sumida en un vacío tranquilo y casi acogedor, pero fue devuelta al calabozo violentamente de una bofetada.
Se escandalizó, se revolvió en su sitio, ahogó un grito por el susto. Pero finalmente terminó por sentarse abriendo mucho los ojos para saber qué cosa le había golpeado, solo rezaba a la Santísima Trinidad que no fuese aquél asqueroso cuerpo con el que había tenido que aprender a convivir - había sido arduo, pero comenzó a ser un objeto más del pintoresco paisaje que no podía casi ver. Pero algo muy diferente se había materializado frente a sus ojos, algo que la dejó petrificada en su lugar. ¿Un demonio?
Ese ser la miraba con ojos felinos, brillando amarillos en la eterna noche en la que vivía, era la primera luz que lograba ver en dos semanas. Hicieron que su corazón se acelerara ferozmente y que la adrenalina le recorriera las venas revitalizándola por momentos. La criatura que tenía frente a ella era extraña, su cuerpo era peludo y tenía un color canela. Tenía brazos, pero no piernas, aunque no le hacían falta. Ese bicho podía levitar, lo cual le sorprendió mucho a la muchacha, haciendo que el terror se notara en sus facciones demacradas. La boca que le sonreía tenía afilados dientes puntiagudos como agujas y su aliento apestaba tan mal como el solitario cuerpo de la esquina opuesta.
Sin duda, era un demonio salido del mismísimo averno que veía a torturarle y a horrorizarla. El ente profirió una risa grotesca al ver la cara de la chica, la examinó con la mirada un momento, esos ojos no le inspiraban nada bueno a Ginna. Se acercó a ella hasta que pudo sentir su respiración abrazadora e inmunda sobre su rostro, su respiración se dificultó.
- ¿Qué estás haciendo aquí, humana? -su voz era grave y tenía un matiz, un eco, como si fuesen dos voces distintas hablando al mismo tiempo. A la chica se le erizaron los bellos de la nuca. No podía hablar.
- Tú no eres un Titán, veo que sufriste el destino de muchos otros aquí. El mundo está tan aterrorizado que busca excusas para meter a la gente aquí y sentirse más seguros. La existencia humana es tan patética y baja… -rió de manera grotesca, todo su cuerpo se movía.- Por eso disfrutamos con ellos.
- ¿Qué eres?-su voz sonó desencajada, simplemente un susurro.
- ¿Qué soy? ¡Niña! Soy un demonio -sonrió abiertamente dejando relucir sus sucios dientes. Otra vez su aliento hizo que se mareara del asco.- Soy de esos que ves en la tele cuando la gente está poseída. Ésta es nuestra morada -hizo un movimiento evocativo con los brazos- y ésas son nuestras víctimas -señaló con un dedo al hombre muerto a un lado.
- ¿Me-me matarás?
- Podría -comentó pensativo- pero no ahora. -acarició su pelo un momento, era el primer contacto con algo ajeno que tenía en semanas. Le dio un escalofrío- ¿Lo sientes, verdad? Esa sensación… ese cosquilleo de la muerte y la locura ¡Delicioso! -su mano libre de pelaje se deslizó por su hombro, su brazo y sus piernas con impunidad.- Interesante.
- Por favor, déjame -dijo en un susurro lastimero con lágrimas en los ojos. Se sentía adversa a ese contacto de un ser tan extraño.- No me toques
- Tú eres la primera persona que logra verme. ¿Realmente no eres un Titán? Nunca tuviste las cualidades necesarias para aparentarlo. Tal vez se produjo un cambio aquí dentro, o una habilidad oculta se despertó -el demonio parecía desconcertado y admirado. Volvió a acariciar la piel de la muchacha que se retorcía por los espasmos de los vestigios del dolor y la demencia.
- ¡Déjame! -le espetó, en un fuerte grito, intentando aferrarse a la cordura que se le escurría entre los dedos.
La exclamación fue escuchada por un guardia que caminaba haciendo sus recorridos rutinarios y abrió la puerta para controlar la situación. A la chica se le paralizó el corazón mientras veía al tipo observarla con una sonrisa sin percatarse de la presencia del monstruo a su lado, justo sobre ella.
- Oh, bonita, me había olvidado de ti. -entró a la celda y la tomó por el cabello, obligándola a pararse. Algunas lágrimas de dolor se soltaron de sus ojos y cayeron directamente al suelo.- No estés triste, no volverá a pasar, déjame que te lo recompense -le pegó de lleno en todo el rostro para luego arrojarla al suelo con violencia- Mira qué descuidado soy, debo ser más gentil.
Su voz era burlona, su sonrisa malévola y sus ojos denotaban una lujuria asquerosa. ¿Habría sido por diversión? ¿Habría sido obra del demonio el cual la miraba con entretenimiento? Ella no podía dar fe de que ese ser realmente existiera y no fuese producto de su imaginación, pero lo que realmente no estaba soñando era ese terrible destino que le sucedía. Por primera vez comenzaba a sentir los horrores de la cárcel en carne propia, la rudeza del guardia y su diversión le arrancaban alaridos de dolor y furia. Eso era solo el comienzo de las repetidas ocasiones en que tendría que soportar esa humillación.
Se dejó, aunque al principio intentó luchar con sus pocas energías entendió que seguía sin poder tener libre albedrio y tendría que acatar órdenes. Que allí los superiores hacían lo que se les viniera en gana y no había manera de objetarlo o evitarlo, más aún siendo tan pequeña. Intentó pensar en otras cosas que la llevaran lejos de sí misma, a ese campo de lavandas perfumadas que le hacían suspirar de añoranza. Las lágrimas y sollozos de frustración y vergüenza eran inevitables al ver al demonio que se jactaba de la situación. Su estadía en La Cárcel de los Titanes recién estaba comenzando.
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