miércoles, 9 de mayo de 2012

Caín y Abel

 Y volví a escribir...

Sinceramente tenía la mente atrofiada, era verdad, estudiar aquello por muy poco que fuese hacía que su cerebro se friera lenta y tortuosamente por ello decidió que se daría un descanso. Unos cuantos descansos… Dormir tan mal como lo estaba haciendo tampoco le hacía gracia ni le ayudaba en nada, necesitaba estar bien descansada o las cosas que había estado releyendo durante tanto tiempo no se asentarían jamás en su cabeza como un burro que se niega testarudamente a entrar a un establo por voluntad propia. Movió su cabello castaño dorado hacia un lado y cerró los ojos, tantas personas se quedaban dormidas por esas casualidades de la vida en esa pose sobre la cama… tantas, tantísimas menos ella, era consciente, estaba consciente y no. La responsabilidad moral le ganaba de antemano, por ello abrió un ojo y leyó por enésima vez los conocimientos por si acaso algo decidía retenerse en su memoria durante mas de diez escasos e insignificantes segundos; Sin éxito.

Tocaron a la puerta. Con un gruñido dio la afirmación a su visitante y lo miró de mala gana. Su espectacular hermanastro le miraba desde el umbral de la entrada a su cuchitril desordenado –y déjenme agregar que estaba en cuero, realmente vale la pena mencionarlo- con una sonrisa de oreja a oreja mientras se secaba el cabello con una toalla.

- ¿Estudiando? –no había cosa más obvia para preguntar que esa. A veces se preguntaba si era imbécil o simplemente lo hacía para molestarla.
- De hecho, si, así que si no te importa, vete –solo le dirigió una mirada seca y no es porque realmente le caía bien sino porque no quería quedarse embobada admirando al Adán que tenía frente a ella y que ironía, sin ser hermanos pero siéndolo al mismo tiempo.
- Siempre tan alegre y dulce como siempre… -se burló el muchacho entre risas y la abandonó, dejando la puerta abierta a sabiendas que ella odiaba que hicieran eso. La muchacha se levantó y cerró de un portazo para luego devolverse a su lugar de origen de mala gana. Las sábanas de suave algodón le hacían querer recostarse y dormir por mucho, mucho tiempo sin que nadie interrumpiera su letargo cual Bella Durmiente. De hecho, ella consideraba que sería perfecta para ese papel.

Se mordió los labios y rodó en su cama pesando un momento en aquél chico, le llevaba tan solo dos años de edad, ella con 17 primaveras y él con sus respectivos 19 inviernos. No es que ella tuviese intenciones románticas… pero si, de hecho si, hacía cinco años que ya compartían casa con sus padres. Realmente le daba asco verlos besarse, era como que no hacían para nada una buena pareja, él era demasiado gordo y feo y ella demasiado joven y hermosa, la rubia no entendía qué cosa podría mantenerlos unidos de esa manera, qué cosa le interesaba a cada uno del otro. Parecía algo totalmente incompatible y hasta antinatural pero tenía bien en claro que los estereotipos de esos, su cabeza totalmente estereotipada, capitalista y consumista debería cambiar. Se daba asco a sí misma. Esperen ¿Había algo que no le causara repulsión en su vida? Si. Y volvemos. Volvemos al origen. A Caín. No, no es por hacer nuevamente alegoría a alguna metáfora de perfección relacionado con la biblia, es que realmente su hermanastro se llamaba así. Y ella como si fuese totalmente una jugarreta del destino se llamaba Abeline. ¿Curioso no? Es como cuando a las niñas se las llama Jackie y se les dice Jack. Pues, a ella le decían Abel. Y no, no quieren ni imaginar si esta historia realmente será como la de Caín y Abel, porque de ser así, aquél “amor” ¿En serio podría considerarse amor? Amor de hermanos… Solo hermanos. Hermanos. En fin, aquella relación no sería nada duradera, fuesen cónyuges, maestro-alumna, jefe-empleada, verdulero-vieja que barre la esquina. Aquello no podría tener un final feliz, sino uno engorroso y frustrante. Uno que no está escrito, uno que no está claro ni sé si será contado.

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