martes, 17 de agosto de 2010

Frozen Murders

¡Al fin, después de dos meses!

Cuarta Parte

La cuestión, es que Emily había sido invitada por su primo a pasar unos días en el campo y como Scott no tenía ninguna objeción, ella había aceptado alegremente. Si bien, no era una chica completamente elegante, tampoco le gustaba mucho estar en la intemperie, pero podría aprovechar el espacio para poder dejar volar la imaginación y crear algún nuevo cuadro, hasta podría obligar a su primo a modelar para ella y así poder tener una pintura más interesante. Ella no había practicado demasiado el pintar a las personas, pero las sombras se le daban muy bien y tenía en mente una cosa en tonos amarillos y anaranjados con la silueta de un hombre a la distancia, viendo la puesta de sol y disfrutando de los últimos rayos cálidos que emanaba el astro rey. La chica tenía dos formas de pintura, la espontánea, que se le daba mayormente en su taller y aquella que ya iba planeando con anticipación contando con los elementos que tenía y los que necesitaba. En este caso tenía a disposición un espacio abierto donde la naturaleza le rodeaba por completo y estaba dispuesta a sacar provecho de eso, como sus padres siempre le habían enseñado, nunca desperdiciar una buena oportunidad.

Por otro lado, el profesor de Literatura se dedicó a fumar y leer el fin de semana, había decidido que no se haría problema de nada y que disfrutaría esos momentos a solas que podía tener consigo mismo. Digamos, no es que él despreciara la compañía de su novia, sus risas y gritos histéricos porque él hacía algún comentario que a ella no le agradaba. Por momentos dejaba de prestar atención a lo que leía, que generalmente eran novelas, y se ponía a pensar en su sonrisa y en el sonido de su voz, la amaba de una forma tan fuerte, a amaba con locura y no pasaban ni dos días y la extrañaba, la extrañaba tanto que muchas veces se le cruzó por la cabeza el tomar las llaves que estaban en la mesa de la entrada e ir con su coche hasta la finca donde se encontraba hospedada. Además, un tema que habían zanjado permanecía estancado en su mente, eso de la Antártida. Si bien, él no la obligaría a ir, conservaba una pequeña esperanza a la que se aferraba con alma y vida, esperando que efectivamente ella aceptara y pudiesen seguir su relación como siempre, además, tenía el fundamento de que ella amaba la nieve y allá había mucha, toda la que se podría imaginar y hasta tal vez desear.

Los días pasaron, tal vez no tan rápido como ambos esperaban, pero ya en la casa se hacía notoria la falta de la muchacha, era la vida, el alma, el espíritu, eso que hacía todo tan musical y bonito. Cuando llegó, todo se iluminó, principalmente por la luz del sol que entraba por la puerta abierta en su totalidad. El hombre estaba al pie de la escalera, había dejado caer el periódico de esa mañana, tenía el cabello alborotado, los ojos perezosos, pero estaba perfectamente vestido. Ella, portaba un vestido corto y suelto de color crema, gafas de sol que cubrían sus ojos, aquellos hermosos ojos que lograban cautivar a su novio, como si tuviese algún efecto hechizante, hipnótico. Su cabello estaba todo desparramado por la brisa y tenía los brazos abiertos, como era de esperarse, había apartado la puerta de su paso con una patada, las maletas se encontraban tiradas a un lado, como si hubiesen sido abandonadas ahí hacía días y nadie había ido a recogerlas.

- ¡Volví! –gritó ella, haciendo que él reaccionara y fuese a abrazarla por la cintura, riendo de la alegría junto con la pelirroja. Ambas bocas se fundieron en un beso tierno y apasionado en el cual demostraban todo aquello que sentían, cuanto se amaban, cuanto se habían echado en menos y todo lo que se necesitaban. Simplemente, estaban hechos el uno para el otro y no había otra cosa para decir.
- Emi, mi Emi volvió a casa –sonrió de una manera jovial mientras la apretaba contra si, como si temiera que en cualquier momento ella desapareciera y aquél sueño maravilloso se tornase a una pesadilla de cuento. La emoción era, simplemente, inminente y cargaba la atmósfera del aire. Atento, siempre atento, tomó con una mano las dos enormes valijas y las dejó a un lado de la puerta, pero dentro de la casa. Cerró con el pie la entrada y ambos fueron rumbo escaleras arriba, porque no podían evitar demostrar sus sentimientos, porque era demasiado fuerte eso que sentían como para expresarlo con un simple “te extrañé” mutuo.

Viernes había sido el día en que Emily se había ido y miércoles el que había vuelto, un espléndido miércoles de mañana. Tan solo faltaban dos días para que fuese la noche más especial de la pareja, la muchacha se había encargado absolutamente de todo, pero no había parado de dar vueltas de ir y venir, de quejarse y gritar por el teléfono en esas 48 hs que le quedaban para arreglar cada mínimo e irrelevante detalle. Ella no aceptaba cosas mediocres y Scott bien sabía eso, y le encantaba molestarla, porque cuando ella se cabreaba saca a relucir una bestia salvaje que le atraía y le parecía totalmente fascinante. Para él todo fue normal, gritos, más gritos, besos, risas, abrazos, bufidos y rodadas de ojos además de aquél toque de nervios que siempre estaba presente en el cuerpo de la ojiazul. Todo era tan típico que no podría decirse que esa misma noche cenarían solos, posiblemente en uno de los lugares arquitectónicos más curiosos de todos, no solo por su localización, sino por su rara estructura.

El hecho es que él no tardó demasiado en arreglarse, puesto que ya tenía la ropa sobre la cama. Lo único que había tenido que hacer era bañarse, y vestirse. Solo tuvo un pequeño incidente con su corbata, hasta que no había quedado como quería, Emily no había parado de darle vueltas, refunfuñar y gruñir, en ropa interior porque ella aún no se había metido bajo la ducha. Le agradeció con un corto beso en los labios al cual ella casi ni había prestado atención y bajó las escaleras mientras se revisaba los puños del traje. Se decidió por encender la televisión a sabiendas que su novia tardaría alrededor de dos horas en estar totalmente lista, porque siempre quedaban cosas para hacer. La frustración e impaciencia lograron abordarlo por completo cuando pasaron cuarenta y cinco minutos sin poder encontrar nada que verdaderamente pudiese llamarle la atención en la caja boba, hasta que se decidió a poner el History Channel e informarse sobre el gobierno del despiadado Mussolini.

Alguien se aclaró la garganta, pero él estaba sumergido en un mundo de fachos, violencia y disputas ideológicas entre los diferentes partidos políticos. Otro ruido más fuerte que al ser nuevamente ignorado se convirtió en un grito como llamada de atención. Se volvió con rapidez, temiendo que hubiese podido pasar algo malo y la vio. Esos suaves mechones cayendo sobre sus hombros y espalda, cada uno perfectamente acomodado y destellando, más rojos y vivos que nunca, como una llama que estaba completamente quieta en un lugar. Su rostro pálido resaltaba, sus ojos se notaban profundos por la sombra que se había aplicado en los párpados, estaban delineados como siempre con negro y sus pestañas estaban maravillosamente curvadas hacia arriba gracias al rimel, un dulce rubor se esparcía por sus mejillas y como si fuera poco, sus labios ahora eran de un color rojo muy provocador. Hasta ahora solo había visto su rostro y cabello, así que no quería ni imaginar lo que sería la ropa. Contuvo la respiración, lo que le parecían años, eran tan solo milésimas de segundos, suficientes para apreciar cada detalle de la apariencia de Emily. El vestido era azul marino, de gasa, y con unos volados que parecían flotar en el aire. Tenía tiras que sostenían todo en su lugar y en la parte frontal tenía algunos motivos hechos con mostacillas del mismo color que la tela. Para completar el atuendo, zapatos de raso a juego y un pequeño bolso negro. En un brazo colgaba el sobretodo negro que ocultaría tal maravilla, que había sido diseñado por la chica.

-… Increíble –murmuró sin respiración casi, no recordaba nunca haberla visto más hermosa y más perfecta que en ese momento. Ella sonrió de una manera que podría haber hecho infartar a cualquiera y bajó con cuidado para no caer y romperse una pierna por aquellas tramposas escaleras.
- Oye, Scott, cierra la boca que se te caerá la baba –rió divertida mientras se ponía el abrigo, él aún no se movía de donde estaba, pero en pocos segundos más reaccionó y caminó hasta la puerta con rapidez. Se sentía nervioso por llevar consigo a tal mujer, receloso de casa cosa en aquella casa, como si en cualquier momento decidieran cobrar vida y devorársela. No, él no dejaría que nadie le hiciera daño ni la arrancara de su lado. Abrió la puerta y de una forma caballerosa le ofreció el brazo, el cual ella tomó encantada.
- Por aquí señorita, y mire dónde pisa que no queremos accidentes esta noche –repuso divertido mientras caminaban fuera, cerraba la puerta y se dirigían al auto.
- Claro, señor, que caballeroso usted –dijo la chica mientras tanto, siguiendo con aquella pequeña broma mientras se mordía suavemente el labio inferior. Ésa era su noche, ése era su momento de brillar y ésa, tal vez iba a ser uno de los momentos más feliz e incómodo que nunca podría pasar junto con la persona que más amaba. Esa noche, le iba a dar su respuesta, esa noche, él iba a replantear la pregunta.


"A Dirge for her the doubly dead in that she died so young"

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