martes, 27 de abril de 2010

Frozen Murders

Segunda Parte

Al fin se había librado de ese cartero que no tenía dos dedos de frente para darse cuenta que él no quería tanta cháchara banal como le estaba dando. Tenía otros asuntos mas importantes que atender, cosas mas productivas en qué gastar su tiempo y esfuerzos como por ejemplo leer esa carta que ahora reposaba sobre la mesa. No sabía bien por cuanto tiempo mas estaría esperando, tampoco entendía porqué esperaba o qué esperaba. Rió, esta vez su risa fue pequeña, divertida y rayando en lo tonta. Tomó el papel que tan tentado lo tenía y lo abrió para a continuación leer con suma avidez su contenido, en sus labios reposaba una sonrisa tranquila y confiada como si supiese exactamente palabra por palabra lo que diría ese comunicado que le había llegado hacía solo un par de minutos. En efecto, le habían concedido el permiso para hacer el estudio porque aunque él fuese profesor de Literatura también tenía bastos conocimientos sobre la geografía y biología marina. Tenía un proyecto en mente, uno que le hubiese costado una fortuna de no haber sido por la Universidad que decidió costearle el viaje. Ahora le esperaban seis meses en la Antártica estudiando los terrenos limítrofes y su fauna salvaje, siempre le había interesado y siempre había soñado con ello. Ahora solo faltaba decírselo a Emily, no tenía una idea clara si ella querría quedarse ahí a esperarlo o preferiría acompañarle en esa aventura descabellada que se había propuesto hacía mucho tiempo, cuando aún era un niño que todavía no había entrado en la adolescencia. Aún se recordaba, desgarbado, el cabello siempre desordenando (Tal como ahora), sus ojos siempre estaban risueños y sumamente cristalinos, bastante flacucho y alto, muy alto para tener la edad que tenía. Podía hacerse pasar por un joven de unos tres o cuatro años más.

Dobló con un cuidado especial el trozo de papel y lo puso en el bolsillo de su camisa, como era mas largo resaltaba un borde blanco en todo el negro de la tela, esperaba que su amada lo notase rápido y se interesara. Ya se la imaginaba colgada de sus brazos rogando por que le dijese de qué iba esa misteriosa carta, es que ella era así, no se rendiría, daría vuelta el cielo y la tierra y si te gritaba ya era mejor que empieces a correr. Él no había conocido a ser mas cruel y hermoso que ella, todo una niña, su princesita. Camino con pereza por la sala hasta desplomarse con agilidad sobre su sofá individual que tanto le gustaba, apoyó la cabeza contra el respaldo y miró el techo revestido en madera como toda la habitación. El momento y el silencio le ayudaban a pensar que no tenía nada que hacer, que era Sábado en la mañana y que su amor estaba de compras o eso es lo que le había dicho hacía dos días por la noche antes de irse a la cama para visitar el mundo de Morfeo. Cerró los ojos teniendo como última visión su estantería rebosante de libros de todas las clases, colores, tamaños, texturas. y tapas, con diferentes formatos de letras, distintos autores y los cuales estaban acomodados cuidadosamente por letra y género. Era amante nato de la lectura y sería todo una paradoja si no le gustasen los libros siendo el profesor de esa materia que tanto tenía que ver con ellos. Por unos momentos, dejó de sentir y de escuchar, todo se había vuelto una nebulosa confusa y calma, era como ir al ralenti. No sabía cuanto tiempo había estado así, no le importaba ya que tenía tiempo de sobra en aquél día y la verdad es que le había venido bastante bien hecharce una cabeceada en ese momento dado que se había despertado muy temprano en la mañana cuando podría haber dormido mucho rato mas. El caso es que la carta le tenía exitado y casi no había podido dormir aquella noche.

Abrió los ojos para poder deleitarse con el rostro de su niña, tan perfecta como siempre, todo le hacía lucir espléndida incluso si eran unos pantalones de razo multicolores y un top naranja fluo, le combinaría con su cabello, sin dudas. Lo miraba con esa cara que ella siempre tenía, esa que le hacía recordar que tenía en un rincón de su mente una parte buena, una parte cuerda, una parte que era, digamos, lo mejor de él. Ella sabía sacar lo mejor de él. Se quedó medio segundo embobado con la vista, ella tenía sus ojos clavados en los de él como nadie nunca podía hacerlo. Sabía como lidiar con su mirada penetrante, como hielo en estado puro, estaba consiente de que a la persona quien amaba tenía pensamientos descabellados, locos, excentricos, que era un ególatra, un narcisista y que la amaba con todo su cuerpo ser y alma como ella también lo hacía. Fruncía el ceño, lo tenía tomado por los hombros y lo estaba moviendo de un lado hacia el otro para despertarlo, hacía tan solo cinco segundos que había llegado a la casa o eso se podía adivinar dado que las bolsas reposaban o mejor dicho, estaban tiradas junto a la entrada de la estancia y ella llevaba las gafas de sol levantadas. Ese vestido rosa pastel que portaba, ceñido al cuerpo, resaltaba esas pequeñas curvas que casi no se veían porque era muy flaca, era curiosamente flaca. Hacía algunos meses Scott la había descubierto en el baño, era bulímica, pero le había mandado a rehabilitación y había surtido efecto.

- ... ¿Me escuchas? ¿Estas escuchando lo que te digo? -exigió mientras se llevaba las manos a la cadera y daba golpecitos en el suelo de madera con el pie. Tenía tacones. Lo dedujo por el sonido tan estruendoso que provocaba para sus oídos sensibles ya que recién se despertaba de hecharce una buena siesta. Calculaba que ella se había demorado mas de lo que habían acordado y que él no desperdició ese tiempo, de todas formas le sorprendió el hecho de poder dormir tanto.
- No realmente -sincero, había que serlo con ella porque lo peor que podías hacer era mentirle porque lo sabría al segundo después de dicha aquella mentira. Y luego, había que ganarse su confianza nuevamente con toneladas de mimos y promesas que no podían quedarse sin cumplir. Emily era complicada, era tan complicada como Scott y tan diferente que asta parecían agua y aceite. Obviamente se complementaban y tenían alguna que otra similitud pero no había que subestimar a la chica porque era peligrosa. Ésa era otras de las cosas que le gustaban, que no era lo que aparentaba. Podía darte a entender por su apariencia que era una joven débil, delicada, dulce y fácil de herir y en verdad lo era, pero por dentro era una leona, era peligrosa, podía darte un manotazo en la cara y tenía la mano tan pero tan pesada que hasta te dolería y te dejaría una marca roja como para que la recordaras. Sus gritos eran tan altos que los vecinos temían discutirle y podía mandarte a la mierda sin un mínimo esfuerzo. En cierta parte si, era fácil de herirla pero siempre recaía en la furia, era muy enojona y él se lo repetía a diario. Pero le encantaba, con todos sus defectos y demás, le encantaba.
- Oh, bien, bien, que bueno -bufó molesta mientras se daba media vuelta, se quitaba las gafas y se dirigía rumbo a la cocina, con sus tacos resonando. Sus posadas eran fuertes y claras. Si, en efecto, estaba completamente indignada por ser ignorada de esa forma. El ojiazul rodó los ojos y se puso en pie sin ningún tipo de esfuerzo para seguirla como perro faldero aunque él no lo era en absoluto siempre había dependido irracionalmente de la pelirroja.
- Me ha llegado algo -alardeó como para incitarle, para sembrar la semilla de la curiosidad, para hacer que ella dejara de lado su pequeño berrinche de niña pequeña y le prestara atención a algo que a él le importase de veras. Y como si lo hubiese predecido, Emily ya estaba junto a él, con las manos reposando sobre su pecho y los ojos abiertos, tan abiertos, que parecían los platitos que se usaban para las tazas de café.
-¿Qué, el qué, qué es, qué? -Se la veía emosionada y como no si el chico había estado casi insoportable por esa tonta carta que tan genial era. El muchacho no pudo hacer mas que reír mientras con una mano rodeaba su cintura y la otra se encargaba de sacar aquel objeto tan extraordinario y simple como una carta, papel, una de las sustancias mas comunes del mundo. Su sonrisa cínica apareció en los labios, presente en todo momento en que la necesitase y le entregó el sobre. La chica la tomó con sumo cuidado, como si temiese que con un solo descuido pudiese romperla, hacerla pedazos o, si le mirábamos por otra parte, que ella misma pudiese cortarse con el papel que ahora podía presentar ser un peligro, no mortal, pero si un peligro para su piel. La leyó, la releyó y la volvió a leer. - ¡Scott, Scott! -No lo creía, no se lo creía, no podía siquiera imaginarlo. ¡Lo habían aceptado! Por fin le habían concedido el permiso con los gastos pagados. Lanzó un gritito de euforia y lo abrazó en un arrebato de alegría infinita, como solo ella podía expresar en ese momento, como solo ella podría pasarle toda esa felicidad y orgullo a través del contacto o del ambiente. Él, también se sintió así. Sorprendentemente era tal la felicidad de la muchacha que lo contagiaba.
- Lo se, linda -siguió sonriendo, franco, lleno de esas emociones que lo aplastaban. Había cerrado sus brazos en torno a la cintura de la joven, como para que no se le escapase jamás, y es que no estaba dispuesto a dejarla ir. Quería tenerla con él hasta que terminasen sus días como un simple mundano y eso lo tenía planeado ya. La miró, apartándose un poco como para tener una mejor visión de su rostro, notaba las pecas casi imperceptibles de la chica que moteaban y decoraban su nariz y mejillas de una forma adorable.- Solo tengo una pregunta para ti -hizo una pausa como para dejarle lugar a ella, a que dijese algo si quería hablar y además, eso le confería cierto aire de suspenso a la cosa- ¿Me acompañarás o te quedarás?

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